Harry bajó
las escaleras hacia el jardín. Muchos de los pacientes estaban allí afuera. Le
habían dicho que Gloria, su mujer, estaba allí afuera. La vio sentada a una
mesa, sola. Se acercó a ella en diagonal, de
refilón por detrás. Dio la vuelta
a la mesa y se sentó frente a ella. Gloria estaba sentada con la espalda muy
recta y tenía la cara muy pálida. Le miró pero no le vio. Después le vio.
-¿Es usted
el director?- le preguntó.
-¿El
director de qué?
-El
director de verosimilitud.
-No.
Estaba
pálida, sus ojos eran pálidos, azul pálido.
-¿Cómo te
encuentras, Gloria?
La mesa era
de hierro, pintada de blanco, una que duraría siglos. Había un pequeño
recipiente con flores en el centro, flores marchitas y muertas que colgaban de
tallos blandos y tristes.
-Eres un
follaputas, Harry. Te follas a las putas.
-Eso no es
cierto, Gloria.
-¿Y también
te lo chupan? ¿Te chupan el pito?
-Iba a
traer a tu madre, Gloria, pero estaba en la cama con gripe.
-Esa vieja
murciélago siempre está en la cama con algo… ¿Es usted el director?
Los demás
pacientes estaban sentados junto a otras mesas o de pie, recostados contra los
árboles, o tumbados en la hierba.
Estaban
quietos y en silencio.
-¿Qué tal
es la comida aquí, Gloria? ¿Tienes amigos?
-Horrible.
Y no, follaputas.
-¿Quieres
algo para leer? ¿Quieres que te traiga para leer?
Gloria no
contestó. Entonces levantó la mano derecha, la miró, cerro el puño y se asestó
un golpe en la nariz, muy fuerte. Harry se estiró por encima de la mesa y le
cogió ambas manos.
-¡Gloria,
por favor!
Ella empezó
a llorar.
-¿Por qué
no me has traído bombones?
-Pero
Gloria, tú me dijiste que odiabas los bombones.
Las
lágrimas le caían abundantemente.
-¡No odio
los bombones! ¡Me encantan los bombones!
-No llores,
Gloria, por favor… Te traeré bombones y todo lo que quieras… Escucha, he
alquilado una habitación en un hotel, a un par de manzanas de aquí, sólo para
estar cerca de ti.
Sus ojos
pálidos se agrandaron.
-¿Una
habitación de hotel? ¡Estarás ahí con una jodida puta! Estareís viendo juntos
películas porno y tendréís un espejo de los que ocupan todo el techo!
-Estaré
aquí un par de días, Gloria- dijo Harry dulcemente-. Te traeré todo lo que
quieras.
-Tráeme tu
amor, entonces-gritó-. ¿Por qué demonios no me traes tu amor?
Algunos
pacientes se volvieron y miraron.
-Gloria,
estoy seguro de que no hay nadie que se preocupe por ti más que yo.
-¿Quieres
traerme bombones? Bueno, pues ¡métete los bombones por el culo!
Harry sacó
una tarjeta de su cartera. Era del hotel. Se la dio.
-Quiero
darte esto antes de que me olvide. ¿Te permiten hacer llamadas? Si quieres
cualquier cosa, sólo tienes que llamarme.
Gloria no
contestó. Cogió la tarjeta y la dobló. Luego se agachó, se quitó un
zapato, metió la tarjeta dentro y volvió a ponerse el zapato.
Entonces Harry vio al doctor Jensen que cruzaba el jardín
hacia ellos. El doctor Jensen se acercó sonriendo y diciendo:
-Bueno, bueno, bueno…
-Hola, doctor Jensen -dijo Gloria, sin la menor emoción.
-Puedo sentarme? -preguntó el doctor.
-Claro -dijo Gloria.
El doctor era un hombre corpulento. Rezumaba peso,
responsabilidad y autoridad. Sus cejas parecían gruesas y espesas; eran gruesas
y espesas. Querían deslizarse y desaparecer dentro de su boca redonda y húmeda
pero la vida no se lo permitía.
El doctor miró a Gloria. El doctor miró a Harry.
-Bueno, bueno, bueno -dijo-. Estoy realmente satisfecho de
los progresos que hemos hecho hasta el momento…
-Sí, doctor Jensen, justamente le estaba contando a Harry lo
mucho más estable que me siento, cuánto me han ayudado las consultas y la
terapia de grupo. Esto me ha librado de gran parte de mi furia irracional, de
mi frustación inútil y de mucha autocompasión destructiva…
Gloria estaba sentada con las manos entrelazadas sobre la
falda, sonriendo.
El doctor sonrió a Harry.
-Gloria ha experimentado una notable recuperación.
-Sí -dijo Harry-, lo he notado.
-Creo que será cuestión de sólo un poquito más de tiempo y
Gloria volverá a estar en casa con usted, Harry.
-Doctor- preguntó Gloria-,¿puedo fumarme un cigarrillo?
-Por supuesto, mujer -dijo el doctor, a la vez que sacaba un
paquete de cigarirllos exóticos y le daba un golpecito para sacar uno. Gloria lo
cogió y el doctor alargó su encendedor dorado y lo accionó con el dedo. Gloria
inhaló y soltó el humo.
-Tiene unas manos preciosas, dcotor Jensen -dijo ella.
-Ah, gracias, querida.
-Y una bondad que salva, una bondad que cura…
-Bueno, hacemos todo lo que podemos en este viejo edificio…
-dijo suavemente el doctor Jensen-. Ahora, si me disculpan, tengo que hablar
con algunos pacientes más.
Levantó con facilidad su copachón de la silla y se dirigió
hacia una mesa donde otra mujer estaba visitando a otro hombre.
Gloria miró fijamente a Harry.
-¡Ese gordo cabrón! Se toma la mierda de las enfermeras para
almorzar…
-Gloria, me ha encantado verte, pero he estado conduciendo
muchas horas y necesito descansar. Y creo que el doctor tiene razón. He notado
algunos progresos.
Ella se rió. Pero no era una risa alegre, era una risa
teatral, como un papel memorizado.
-No he hecho ningún progreso en absoluto; de hecho, he
retrocedido.
-Eso no es cierto, Gloria…
-Yo soy la paciente, cabeza-de-pescado. Yo soy la que mejor
puede hacer un diagnóstico.
-¿Qué es eso de cabeza-de-pescado?
-¿Nadie te ha dicho nunca que tienes la cabeza como un
pescado?
-No.
-La próxima vez que te afeites, fíjate. Y ten cuidado de no
cortarte las agallas.
-Me voy a marchar…, pero mañana volveré a visitarte.
-La próxima vez trae al director.
-¿Estás segura de que no quieres que te traiga nada?
-¡Lo que vas a hacer es volver a esa habitación del hotel a
follarte a alguna puta!
-¿Y si te trajera un ejemplar de New York? A ti te gustaba
esa revista…
-¡Métete New York por el culo, cabeza-de-pescado! ¡Y después
puedes seguir con el TIME!
Harry se inclinó por encima de la mesa y le apretó la mano
con la que se había golpeado la nariz.
-Mantén la enterza, sigue intentándolo. Pronto te pondrás
bien…
Gloria no dio señal de haberle oído. Harry se levantó
lentamente, se volvió y se encaminó hacia la escalera. Cuando había subido la
mitad, se volvió y dijo adiós a Gloria con la mano. Ella siguió sentada,
inmóvil.
Estaban a oscuras y todo iba bien, cuando sonó el teléfono.
Harry siguió con lo suyo, pero el teléfono continuó sonando. Era muy molesto.
Enseguida se le puso blanda.
-Mierda -dijo, y se quitó de encima. Encendió la lámpara y
cogió el teléfono.
-Dígame?
Era Gloria.
-¿Te estás follando a alguna puta?
-Gloria, ¿te dejan telefonear a estas horas de la noche? ¿No
te dan una píldora para dormir o algo?
-¿Por qué has tardado tanto en coger el teléfono?
-¿Tú no cagas nunca? Pues yo estaba a la mitad de una
soberbia cagada, me has cogido justo a la mitad.
-Apuesto a que sí… ¿Vas a terminarla después de hablar
conmigo?
-Gloria, es tu maldita paranoia extrema la que te ha
conducido a donde estás.
-Cabeza-de-pescado, mi paranoia casi siempre ha sido el
presagio de una verdad que iba a ocurrir.
-Oye, estás desvariando. Trata de dormir. Mañana iré a
verte.
-¡Muy bien! ¡Cabeza-de-pescado, acaba de FOLLAR!
Gloria colgó.
Nan estaba en bata, sentada en el borde de la cama, y tenía
un whisky con agua sobre la mesilla. Encendió un cigarrillo y cruzó las
piernas.
-Bueno -dijo-, ¿cómo está tu mujercita?
Harry se sirvió una copa y se sentó a su lado.
-Lo siento, Nan…
-¿Lo sientes por qué? ¿Por quién? ¿Por ella o por mí o por
qué?
Harry vació su lingotazo de whisky.
-No hagamos un maldito melodrama de esto.
-¿Ah sí? Bien, ¿qué quieres que hagamos de esto? ¿Un simple
revolcón en la hierba? ¿Quieres que volvamos a ello hasta que acabes o
prefieres meterte en el cuarto de baño y cascártela?
Harry miró a Nan.
-¡Maldición! No te hagas la lista. Tú conocías la situación
tan bien como yo. ¡Tú fuiste la que quiso venir conmigo!
-¡Pero es porque sabía que, si no venía, te traerías a
alguna puta!
-Mierda – dijo Harry-, otra vez esa palabra.
-¿Qué palabra? ¿Qué palabra? -Nan vació su vaso y lo tiró
contra la pared.
Harry fue hasta allí, recogió el vaso, volvió a llenarlo, se
lo dio a Nan, luego llenó el suyo.
Nan bajó la mirada hacia su vaso, dio un trago, lo puso
sobre la mesilla.
-¡La voy a llamar, se lo voy a contar todo!
-¡De eso ni hablar! Es una mujer enferma.
-¡Y tú eres un enfermo hijo de puta!
Justo en
ese momento el teléfono sonó otra vez. Estaba en el suelo, en el centro de la
habitación, donde Harry lo había dejado. Los dos saltaron de la cama hacia el
teléfono. Al segundo timbrazo los dos estaban en el suelo, agarrando una parte
del auricular cada uno. Giraron una y otra vez sobre la alfombra, respirando
pesadamente, con las piernas y los brazos y los cuerpos en una desesperada
yuxtaposición. Y así se reflejaban en el espejo que había en el techo de pared
a pared.
Charles Bukowski
Tráeme tu amor
@uncuentodiario
Cuentosdiario.blogspot.com
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