El 3 de
enero de 19…, la ciudad de San Francisco leyó, al despertar, en uno de los
periódicos de la mañana, una extraña carta dirigida a un tal Walter Basset y
que, con toda evidencia, provenía de un trastornado.
Walter
Basset, el magnate más grande de la industria del oeste de las Montañas
Rocosas, pertenecía a uno de los pequeños grupos capitalistas que, de hecho,
tenían dominado el país. Por esta razón, era continuamente atacado por
elucubraciones tan pretenciosas como imbéciles. No obstante, la epístola en
cuestión difería hasta tal punto de las que recibía habitualmente, que en vez
de tirarla a la papelera la había transmitido a un periódico. Estaba firmada
por «Goliath» y el encabezamiento llevaba la siguiente dirección: Isla
Palgrave.
He aquí su
contenido:
«Al Sr.
Walter Basset.
Señor:
Le invito
al igual que a otros nueve de sus colegas, a visitarme en mi isla para estudiar
conmigo ciertos proyectos enfocados a la
reconstrucción de la sociedad sobre bases más racionales. Hasta el presente la
evolución social ha sido un fenómeno ciego y estéril. Se impone por lo tanto
una transformación. El hombre se ha elevado del fango primitivo para dominar la
materia, pero todavía no ha dominado la sociedad. En este momento, la humanidad
es esclava de la estupidez colectiva, como hace cien generaciones era esclava
de la materia. Existen dos conceptos según los cuales el hombre puede dominar
la sociedad y servirse de ella útilmente para conquistar la felicidad y la alegría.
Según la primera, ningún gobierno podría ser más virtuoso y sabio que los
miembros que lo componen; la reforma y la transformación de una sociedad
dependen exclusivamente de los propios individuos; cuanta más perfección
adquieran estos, mas contribuyen a mejorar su gobierno. La plebe, las
conversaciones políticas, la brutalidad primitiva y la ignorancia supina de una
multitud de personas parece desmentir esta teoría. Una muchedumbre posee la
inteligencia colectiva y los sentimientos de piedad del menos instruido y del
máss grosero de sus miembros. Por otro lado en cuanto un barco se convierte en
el juguete de una tempestad, sus miles de pasajeros se abandonan gustosos a la
prudencia y a la discreción del capitán, en este caso el más capaz y el más
experimentado.
Siguiendo
el segundo concepto, la mayoría de las personas no son precursores. Toda
iniciativa se encuentra frenada en ellos por la inercia de los principios
establecidos. Los hombres que los representaban no simbolizan más que sus
debilidades, su frivolidad y sus instintos groseros. Esta entidad ciega llamada
gobierno no se somete a la voluntad del pueblo, sino que es el pueblo el que
resulta su vasallo; en una palabra, la gran masa no hace su gobierno, está
moldeada por él. Sin embargo, el gobierno ha sido siempre un monstruo
engendrado por los destellos de inteligencia que salen de la masa amorfa.
Personalmente
admito este último punto de vista. Y estoy impaciente. Durante cien mil
generaciones, el gobierno ha sido siempre un monstruo. Hoy en día la masa
aplastada bajo la inercia encuentra en la existencia todavía menos alegría que
antaño. A pesar del dominio del hombre sobre la materia, el dolor humano, la
miseria y la corrupción destruyen la armonía de nuestro planeta.
En
consecuencia, he tornado la resolución de intervenir y de dirigir yo mismo
durante algún tiempo los destinos de este navío del Mundo. Poseo la
inteligencia y la amplia evidencia de un juez experimentado. Disponiendo de la
fuerza me haré obedecer. Los hombres del Universo, doblegándose a mis órdenes,
establecerán unos gobiernos que se convertirán en generadores de alegría. Los
gobiernos modélicos que he concebido no aportaran al pueblo, por un simple
decreto, la felicidad, la sabiduría y la grandeza de alma, pero le permitirán adquirir
todos estos beneficios.
He hablado.
Les invito pues, a Ud. y a sus colegas, a tener una conferencia conmigo. El 3
de marzo el yate Energón saldrá de San Francisco. Les ruego se encuentren, el
día anterior, a bordo de dicho barco. Nada más serio que mi proposición. Los
asuntos mundiales deben ser llevados, durante un cierto tiempo, por unas manos
de hierro como las mías. Si no responde a mi llamada será castigado con la
muerte. A decir verdad, no espero que Ud. tenga en cuenta mi requerimiento. Pero
su muerte tendrá cuando menos como resultado el hacer reflexionar a aquellos de
sus colegas que convocaré a continuación. No habrá sido, pues, inútil
para la tarea que me he impuesto. Sepa Ud. que no estoy imbuido de ningún falso
sentimiento sobre el valor de la vida humana. Llevo siempre en lo más profundo
de mi conciencia la visión de una inmensa multitud de seres a los que la
felicidad y la sonrisa les serán devueltas en eras futuras.
Suyo, para la edificación de una nueva y mejor sociedad.»
GOLIATH
La publicación de esta carta no causó la menor diversión
local. La gente se sonreía al leerla pues era tan evidentemente la obra de un
loco que no merecía ni ser discutida. No despertó el interés de los ciudadanos
hasta el día siguiente por la mañana. Un telegrama de la Prensa Asociada de los
Estados Unidos, seguido de una serie de entrevistas transmitidas a los
periódicos por astutos reporteros, dieron a conocer los nombres de los otros
nueve hombres de negocios que habían recibido cartas semejantes pero que no
habían considerado la noticia lo suficientemente importante como para hacerla
publica.
La emoción, más bien tibia, se hubiese disipado rápidamente
de no ser por la caricatura del famoso artista Gabberton representando el
misterioso Goliath como el próximo aspirante a la presidencia de los Estados
Unidos. Luego de un lado a otro del país resonó el dicho:
«¡Venga, vigila, Goliath te mira!»
La semanas pasaron y todo el Mundo, incluido Walter Basset,
olvidó el incidente. Pero en la mañana del 22 de febrero, Basset recibió una
llamada telefónica del cobrador del puerto.
–Quería simplemente anunciarle –le dijo– la llegada del yate
Energón que ha echado el ancla en el muelle número siete.
Walter Basset no divulgó jamás lo ocurrido aquella noche.
Pero se sabe que se dirigió en coche hasta el puerto, que se hizo conducir
hasta el extraño yate en una de las lanchas de Crowley y que subió a bordo del
mismo. Cuando volvió a tierra, tres horas más tarde, envió unos telegramas a
los nueve colegas que habían recibido la carta de Goliath.
Los redactó todos de la misma manera:
«El yate Energón ha llegado. El momento es grave. Os
aconsejo reuniros conmigo.»
La gente se burló de Basset. Al publicar sus telegramas en
la prensa, una risa homérica se desencadenó en el país y volvió a aparecer con
más fuerza la cómica frase. Goliath y Basset fuente de inspiración para
dibujantes y humoristas. En una caricatura se veía a Basset, viejo lobo de mar,
a horcajadas sobre el cuello de Goliath. La alegría se extendió por los clubes
y salones mundanos y se contenía en las columnas de los periódicos para
estallar en risotadas en las revistas consideradas cómicas.
Pero esta comedia tenía su lado serio: mucha gente y sobre
todo sus asociados ponían seriamente en duda la razón de Basset.
No obstante, Basset envió a sus amigos una segunda serie de
telegramas concebidos de la siguiente forma:
«Venid, os lo suplico. Si queréis vivir, venid.» Pero aquel
hombre perdía fácilmente la paciencia. Cuando recibió por respuesta una nueva
explosión, no siguió adelante con sus súplicas.
A la mañana siguiente los vendedores de periódicos de todas
las ciudades y pueblos de Norteamérica voceaban en las calles la «edición
especial» de la mañana.
Goliath, en efecto, había llevado a cabo su amenaza. Los
nueve hombres de negocios refractarios a su invitación habían muerto. La
autopsia practicada sobre los cadáveres reveló una violenta desintegración de
los tejidos, empero los cirujanos y los médicos (los más famosos del país
habían asistido a aquella sesión) no se atrevían a afirmar que aquellos hombres
hubiesen muerto asesinados y todavía menos atribuir su muerte a causas
desconocidas. Aquel misterio los sumergió en el aturdimiento. Nada, en el campo
de la ciencia, les autorizaba a certificar que un habitante de la isla Palgrave
había podido asesinar a distancia a aquellas desgraciadas victimas. Sin
embargo, casi inmediatamente se tuvo noticia de un hecho innegable: la isla
Palgrave no era un mito. Estaba en los mapas y los navegantes la conocían. Se
encontraba a 180° de longitud oeste, sobre el paralelo diez, latitud norte, a
solo algunas millas de los bancos de arena de Diana. Como las islas Midway y
Fanning, la isla Palgrave estaba aislada, y era de formación volcánica y
coralina. Además estaba deshabitada. Una expedición de ingenieros hidrográficos
la había visitado algunos años antes e indicaban en sus informes la existencia
de varios manantiales y de una excelente bahía pero de acceso muy peligroso. He
aquí todo lo que se sabía de aquel minúsculo rincón de la Tierra que pronto iba
a concentrar sobre si la atención del Mundo entero.
Goliath guardó silencio total hasta el 24 de marzo. Aquella
mañana los periódicos reprodujeron su segunda carta, recibida por los
principales jefes políticos de los Estados Unidos, designados convencionalmente
bajo el nombre de «Hombres de Estado». Aquella carta, que llevaba el mismo
encabezamiento que la precedente, estaba escrita en estos términos:
«Señor:
No se equivoque sobre el sentido de mis palabras. Tengo que
ser obedecido. Considere de buen grado esta carta como una invitación o una
orden de mi parte. En todo caso, si tiene todavía interés en pisar esta Tierra,
no deje de encontrarse a bordo del yate Energón, en el Puerto de San Francisco,
el 5 de abril por la noche, ultimo plazo. Le ordeno que venga a la isla
Palgrave para tratar conmigo sobre las bases de una nueva sociedad.
Compréndame bien. Soy partidario de una teoría y pretendo
que esta teoría funcione: es por esto que le pido su colaboración. Hago tanto
caso de una vida humana como de una pera pasada, tengo demasiadas cosas para
defender. Quiero restablecer la risa sobre la Tierra y para llegar a mis fines
suprimiré a todos los que me estorben. La partida es formidable. Se calcula que
hay mil quinientos millones de seres humanos sobre este planeta. ¿Qué pesa su
miserable existencia comparada con todas estas? Menos que nada para mi.
Acuérdese de que dispongo de la fuerza, que soy un sabio y que una vida,
incluso un millón de vidas, no significan nada para mí al lado de los miles de
millones de hombres de las generaciones venideras.
El que posee la fuerza es el que manda a sus semejantes.
Gracias a una formación militar denominada falange, Alejandro conquistó una
pequeña parte del Mundo. La pólvora, aquel descubrimiento químico, permitió a
Cortés y algunos cientos de sus hombres vencer al imperio de Moctezuma. A lo
largo de un siglo se cuentan una media docena de descubrimientos o de inventos
fundamentales. Pues bien, yo soy el autor de un invento parecido: va a
permitirme dominar el globo. No lo utilizaré con fines comerciales, sino por el
bien de la humanidad. Necesito ayudantes con buena voluntad, gente dispuesta a
obedecerme. Soy capaz, además, de imponer mi autoridad. Aunque tenga tiempo por
delante, elijo el camino más corto. Una excesiva precipitación comprometería la
buena marcha de los acontecimientos.
La sed de bienes materiales ha hecho del hombre salvaje el
semibárbaro que vemos en nuestros días. Cierto, este estimulante ha sido útil
para el progreso de la humanidad, pero ya ha cumplido su función y tiene que
convertirse en un vestigio del pasado como la embriaguez y la creencia en el
derecho hereditario de los reyes. Por descontado, Ud. no comparte esta opinión;
sin embargo me ayudara a desechar anacronismos. Se lo anuncio: ha llegado la
hora en que la comida y la vivienda y otras necesidades básicas serán
satisfechas de manera automática; serán satisfechas gratuitamente y de acceso
tan libre como el aire, gracias a mi descubrimiento y al poder que me otorga.
En ese momento el bajo materialismo desaparecerá de este Mundo para siempre
para dejar paso a las aspiraciones espirituales, estéticas e intelectuales que
tenderán a embellecer y a ennoblecer el alma, el espíritu y el cuerpo. Entonces
el Mundo entero estará dominado por la felicidad y la alegría.
Será el reino de la alegría universal.
Suyo, por hoy.»
GOLIATH
El Mundo persistía en su incredulidad. Los diez políticos
que se encontraban en Washington no fueron como Basset alcanzados por la
suerte, ninguno de ellos se tomó la molestia de ir hasta San Francisco para
convencerse. En cuanto a Goliath, los periódicos lo comparaban a un tal Tom
Lawson que fue célebre por su panacea universal. Los especialistas en
enfermedades mentales concluyeron con pruebas en la mano, después de haber
analizado la escritura de Goliath, que este se encontraba en un estado de
enajenación mental.
El yate Energón llegó al puerto de San Francisco en la tarde
del 5 de abril y Basset bajo a tierra. Pero el barco no partió al día
siguiente, ya que ninguno de los diez Hombres de Estado había aceptado embarcar
para la isla Palgrave. Este mismo día los vendedores de periódicos anunciaron a
grandes voces la edición especial en todas las ciudades de Norteamérica. Los
diez ministros habían muerto durante la noche.
El yate, anclado tranquilamente en el puerto, se convirtió
en un palpitante centro de interés. Fue rodeado por una fiesta de barcos y
barcas, y un gran número de remolcadores y de vapores salieron en su dirección.
Se apartó a la multitud, únicamente los hombres influyentes
y los representantes de la prensa estaban autorizados a visitar el barco. El
alcalde de San Francisco y el jefe de la policía informaron que no habían visto
nada sospechoso y las autoridades del puerto anunciaron que los papeles del
Energón estaban en regla hasta el más mínimo detalle. Numerosas fotografías
ilustraron los artículos descriptivos que aparecieron en todos los periódicos.
La tripulación estaba compuesta sobre todo por escandinavos:
suecos de cabellos rubios y ojos azules, noruegos afligidos con aquella
melancolía tan particular de su raza, finlandeses estúpidos y una pequeña
proporción de americanos y de ingleses. No demostraban ningún ardor ni estaban
dispuestos a huir: eran hombres pesados, oprimidos por una especie de tristeza
y de integridad bovina. Un aire serio y grave, formidablemente seguro de si,
les caracterizaba a todos. Parecían seres cobardes pero intrépidos, empujados por
una fuerza irresistible o llevados en la palma de la mano de algún gigante. El
capitán era una norteamericano de ojos melancólicos y de facciones
pronunciadas.
Un oficial de marina reconoció el Energón como el yate Scud,
que había pertenecido a un tal Merrival del «Yacht Club», de New York. Este
informe permitió constatar que el Scud había desaparecido desde hacia algunos
años. El agente marítimo encargado de su venta certificó que el comprador era
un simple intermediario desconocido para él y al que no había vuelto a ver
jamás. El yate había sido construido en los astilleros de Duffey, en New
Jersey. El cambio de nombre y el registro se habían efectuado legalmente en la
época indicada. Luego el Energón había desaparecido en las brumas del misterio.
Mientras tanto, Basset enloquecía, ésta era por lo menos la
opinión de sus amigos y de sus socios. Abandonando sus grandes empresas
comerciales, juraba no hacer nada hasta que los demás dueños del Mundo
consintiesen colaborar con él en la edificación de una nueva sociedad. La gente
veía en ello la prueba de que la humorada de Goliath le preocupaba. No había
dado ningún detalle a los periodistas. No era libre, afirmaba, para contar lo
que había visto en la isla Palgrave, pero podía asegurarles que el asunto era
de lo más serio.
Se contentó con anunciar la inminencia de un trastorno
mundial. Ignoraba si los resultados serían favorables o nefastos para los
hombres, pero estaba absolutamente convencido de que avanzaba. En cuanto a los
negocios, ¡los mandaba a paseo! Las cosas de las que había sido testigo le
preocupaban mucho más.
Los altos funcionarios de San Francisco no paraban de
intercambiar telegramas con los ministros del Interior y de la Guerra en
Washington. Al atardecer se intentó abordar secretamente el Energón y arrestar
al capitán, ya que según la opinión del fiscal general se le podía hacer
responsable del asesinato de los diez Hombres de Estado. El barco oficial salió
efectivamente del muelle de Meigg en dirección al Energón, pero no volvió a
aparecer y los hombres que llevaba a bordo no pudieron ser encontrados jamás.
El gobierno intentó echar tierra sobre el asunto. En balde: las familias de los
desaparecidos revelaron el secreto y los periódicos llenaron sus columnas de
detalles monstruosos sobre el drama.
Entonces el gobierno recurrió a medidas extremas. El acorazado
Alaska recibió la orden de capturar el extraño barco, o, en su defecto,
hundirlo. Las instrucciones eran estrictamente confidenciales pero miles de
personas que se encontraban en el paseo frente al mar y en los muelles del
embarque del puerto asistieron al nuevo drama que se produjo aquella noche. El
navío de guerra se había dirigido lentamente hacia el Energón y, a medio
camino, había saltado; el casco hecho pedazos se perdió en plena bahía, dejando
solamente unos miserables restos y algunos supervivientes esparcidos por la
superficie del agua. Entre estos últimos se encontraba un joven teniente de
navío, jefe de la cabina de radio a bordo del Alaska. Los periodistas le
acapararon y le hicieron hablar:
–El Alaska apenas acababa de salir del muelle –dijo– cuando
llegó el mensaje redactado en código internacional proveniente del Energón.
Recomendaba al Alaska no acercarse más de media milla.
Inmediatamente el teniente había transmitido por el tubo
acústico aquel aviso al capitán. No sabía nada más, sólo que el Energón había
repetido dos veces el mensaje y que cinco minutos más tarde tuvo lugar la
explosión. El capitán del Alaska había muerto con su barco. Estos eran todos
los informes que se poseían.
No obstante, de pronto, el Energón había levantado el ancla
siguiendo su ruta. Un formidable clamor resonó en la prensa: acusaba al
gobierno de haberse mostrado demasiado pusilánime con aquel simple «yate de
recreo» y con el loco Goliath y reclamaba medidas rápidas y decisivas.
Se elevaron igualmente protestas contra la pérdida inútil de
vidas humanas y el asesinato premeditado de los diez «Hombres de Estado».
Goliath no retrasó su respuesta: llegó con tal rapidez que los especialistas en
telegrafía sin hilos certificaron que dada la imposibilidad de enviar mensajes
a una distancia semejante, Goliath debía de hallarse en su propia zona y no en
la isla Palgrave. Sea lo que fuere, la carta de Goliath fue entregada a la
Prensa Asociada por un pequeño encargado de transportes al que se la habían
dado en la calle.
He aquí lo que decía:
«¿Qué importan algunas miserables vidas? Con vuestras
guerras insensatas suprimís millones de ellas sin el menor remordimiento. En
vuestra lucha comercial matáis un número incalculable de niños, de mujeres y de
hombres y cubrís triunfalmente estos asesinatos con el nombre de
“individualismo”. Yo lo califico de anarquía. Voy a poner fin a vuestra
destrucción en masa de seres humanos.
Vuestro gobierno intenta haceros creer que la explosión del
Alaska fue debida a un accidente. Debéis saber que este barco ha sido destruido
por orden mía. Dentro de algunos meses todos los acorazados serán aniquilados y
tirados a la chatarra, y todas las naciones desarmadas. Las fortalezas serán
desmanteladas, los ejércitos licenciados y la guerra no será más que un mal
recuerdo. El poder me pertenece. Actúo por la voluntad de Dios. Someteré al
Mundo entero, pero mi yugo será pacifico.»
GOLIATH
«¡Que hagan saltar la isla Palgrave!», pedían, con títulos
sensacionalistas, los periódicos de aquel día. El gobierno se había adherido a
aquella sugerencia, procediendo a reunir las flotas. En vano Walter Basset
quiso hacer oír sus protestas: le redujeron al silencio con la amenaza de
encerrarlo en un asilo para locos.
Cinco grandes escuadras fueron lanzadas contra la isla
Palgrave: la escuadra asiática, la escuadra del océano Pacífico del norte y la
del océano Pacífico del sur, la escuadra del mar de las Antillas, y la mitad de
la escuadra del norte del Atlántico.
«Tengo el honor de informarle que hemos llegado frente a la
isla Palgrave en la noche del 29 de abril –decía el informe del capitán
Johnson, del acorazado North—Dakota, dirigido al ministro de la Marina–. La
escuadra asiática, a causa de un retraso, no se ha reunido con nosotros hasta
la mañana del 30 de abril. El consejo de almirantes ha decidido atacar mañana
por la mañana a primera hora. El buque Swift VII ha logrado aproximarse sin
ninguna dificultad: no se observa ningún preparativo de guerra en la isla. Ha
observado varios barcos mercantes en el puerto y la existencia de un pequeño
campo abierto con el que nuestra artillería acabará fácilmente. Los barcos de
guerra se lanzarán de todas partes hacia la isla, abrirán fuego a tres millas
de distancia y seguirán disparando hasta llegar al borde de los arrecifes. Allí
volverán a desplegarse y librarán el verdadero combate. En varias ocasiones,
desde la isla Palgrave nos han avisado por telegrafía sin hilos con mensajes
redactados en código internacional, que nos mantuviéramos a un limite de diez
millas, pero no hemos hecho ningún caso de estas notificaciones.
El North—Dakota no ha tornado parte en la acción del primero
de mayo a causa de un accidente sobrevenido la víspera que ha dejado su timón
provisionalmente inutilizable. En la mañana del primero de mayo el tiempo era
sereno. Una ligera brisa soplaba del suroeste, pero no tardó en calmarse. El
North—Dakota se encontraba a doce millas de la isla. A la primera señal las
escuadras se lanzaron a toda la velocidad y de todas partes sobre la isla.
Nuestro operador de radio seguía recibiendo los avisos de la isla Palgrave.
Rebasada la distancia de diez millas, nada todavía. A tres millas el New York
que iba a la cabeza de los otros buques a nuestro lado de la isla, abrió fuego.
Inmediatamente después, volaba. Los otros no tuvieron tiempo de disparar: se
hundieron todos, uno tras otro, ante nuestros ojos.
Algunos intentaron retroceder, pero ninguno pudo escapar.
El buque Dart XXX apenas alcanzaba la zona de diez millas
cuando saltó. Fue el último. El North—Dakota está indemne. Las reparaciones del
timón estaban acabadas. Hemos puesto rumbo a San Francisco.»
Ninguna lengua sabría describir la estupefacción de los Estados
Unidos y de las otras naciones al enterarse de aquellos acontecimientos. Se
encontraba frente a aquella cosa inadmisible: el nuevo hecho. El esfuerzo
humano no era más que una farsa, una monstruosa futilidad. Si un simple loco,
poseedor de un yate y de un pueblo sin defensa en una isla desierta, podía
destruir las cinco flotas más orgullosas de la cristiandad.
¿Qué medios había empleado? Misterio. Los postrados sobre el
camino polvoriento de los vulgares mortales gemían embrollándose en explicaciones.
No sabían nada, esta era la verdad. Los consejeros militares se suicidaban por
docenas. Su potente sistema bélico no habían resistido más que un papel de
fumar en manos de aquel demente. El shock era demasiado violento para sus
desgraciados cerebros. Al igual que el salvaje que se queda anonadado con los
juegos de manos del médico brujo, el Mundo entero se había quedado estupefacto
ante la magia de Goliath. Los hombres horrorizados por el espantoso semblante
del desconocido llegaban hasta olvidar sus propias obras maestras de las que
todavía el día anterior se mostraban tan orgullosos.
Como siempre, un país hacía la excepción de la regla: el
Imperio del Japón. Embriagado con sus éxitos, liberado de toda superstición, no
teniendo más fe que la de su buena estrella, se reía del fracaso de la ciencia.
Cegado por su orgullo de raza, se preparaba para la guerra.
Toda la flota de Norteamérica se encontraba destruida. De las bóvedas celestes
las sombras de los antepasados japoneses bajaron para reanimar el espíritu
bélico de los vivos. La ocasión tan esperada se ofrecía por ella misma. En
verdad, el Mikado era el hermano de los dioses.
Japón desencadenó sus monstruos de guerra. Tomaron las islas
Filipinas como un niño coge un ramo de flores. Poco después los acorazados
japoneses llegaban a Hawai, Panamá y a las costas del Pacifico. Los Estados
Unidos fueron invadidos por el pánico. Un inmenso partido reunió a aquellos que
deseaban la paz por encima de todo.
En medio del espanto general, el Energón apareció en la
bahía de San Francisco y, una vez mas, Goliath elevó la voz. Sin embargo, la
llegada del Energón no transcurrió en calma. En el momento en que las defensas
costeras volaban en añicos, se produjeron formidables detonaciones en las
fábricas de pólvora abiertas en las mismas colinas. La explosión de las minas
submarinas colocadas en el «Golden Gate» proporcionaron a los ciudadanos de San
Francisco uno de los más impresionantes espectáculos. Goliath les envió este
nuevo mensaje, fechado como los demás en la isla Palgrave, y que fue publicado
en los periódicos:
«¿Deseáis la paz? Que esta sea con vosotros. Vuestros deseos
serán colmados, según mi promesa. ¡Pero concededme esta paz que reclamáis para
vosotros mismos! ¡Que nadie toque mi yate Energón! Al primer acto hostil por
vuestra parte, no quedara piedra sobre piedra en San Francisco.
Os invito, buenos ciudadanos, a que vayáis mañana a las
colinas que bajan hacia el mar, para celebrar el inminente acontecimiento de
una nueva era. Venid, con la sonrisa en los labios, cubiertos de guirnaldas y
con música. Sed felices como niños, porque asistiréis al aniquilamiento de la
guerra. No dejéis en esta ocasión de contemplar por ultima vez el material de
guerra que a partir de ahora sólo podréis encontrar en los museos.
Os prometo un día de alegría. »
GOLIATH
Una locura sobrenatural flotaba por los aires. A los ojos
del pueblo, todas las divinidades parecían haberse derrumbado y no obstante los
cielos subsistían. Las leyes universales habían desaparecido, sin embargo el
Sol seguía brillando, el viento soplando y las flores abriéndose: esto era lo
que alucinaba a todo el Mundo. Era un milagro que el agua de los manantiales
bajase todavía por la falda de las montañas. Toda la estabilidad del espíritu
humano y los progresos realizados por los hombres caían hechos pedazos. El
único ser equilibrado del Mundo era Goliath, aquella especie de loco sobre su
isla.
Al día siguiente toda la población de San Francisco ascendió
al son de las charangas, desbordantes de alegría, con sus estandartes al
viento. Desfilaron innumerables caravanas llenas hasta los topes, una multitud
de excursionistas de la escuela del domingo, todas las reuniones heterogéneas
salidas del hormigueo de la vida metropolitana.
En el horizonte se elevaba la humareda de un centenar de
barcos de guerra convergiendo todos hacia el «Golden Gate» abandonado sin
defensa a sus asaltos. No del todo, sin embargo, ya que a poca distancia se
divisaba el Energón, minúsculo juguete blanco, llevado como una pajita sobre las
olas agitadas. Flotaba hacia la barra contra la que se precipitaba un fuerte
reflujo impulsado por la brisa de verano.
Pero los japoneses actuaban con prudencia. Sus acorazados de
treinta a cuarenta mil toneladas ejecutaron una serie de inteligentes maniobras
mientras los pequeños cruceros de exploración de seis chimeneas saltaban sobre
la mar centelleante como tiburones. Comparados con el Energón, eran leviatanes:
el yate era la espada de San Miguel que iba a herir a los precursores de las
hordas infernales.
El buen pueblo de San Francisco, reunido en los acantilados,
no vio brillar la espada. Misteriosa, invisible, desgarraba el aire y daba los
más horribles golpes cuyos efectos jamás había contemplado el Mundo. La gente
estaba sobrecogida por aquel espectáculo. Vieron todos aquellos mastodontes,
construidos para apartar la brumazón y lanzar truenos, proyectados de golpe hacia
el cielo y caer hechos pedazos al fondo del océano. En cinco minutos se limpió
todo. Sobre aquella enorme extensión el Energón parecía un pequeño juguete
blanco que avanzaba solo hacia la barra.
Goliath se dirigió luego al Mikado y a los más antiguos
Hombres de Estado japoneses. El simple cable que les hizo enviar por el capitán
del Energón bastó para provocar la retirada inmediata de la escuadra japonesa
que ocupaba las islas Filipinas. El Japón, aquel país escéptico, se había
domesticado. había sentido el peso del brazo poderoso de Goliath. Y entonces
obedeció dócilmente cuando Goliath le ordenó que desmontasen sus barcos de
guerra y que transformaran el metal en útiles de paz.
En todos los puertos, en todos los astilleros, en todas las
fábricas y fundiciones del Japón, los artesanos de piel morena, por decenas de
miles, convertían los monstruos de guerra en una infinidad de objetos útiles:
rejas de arado (Goliath insistía especialmente en que se fabricaran rejas de
arado), motores a gasolina, armazones para puentes, hilos telefónicos y
telegráficos, raíles de acero, locomotoras y material móvil para ferrocarriles.
El Mundo conoció aquella experiencia expiatoria, muy suave,
no obstante, si se la compara con la que, en otros tiempos, obligaba al emperador
a presentarse descalzo, en la nieve, ante el Papa por haber osado poner en duda
el poder temporal del Vaticano.
Goliath lanzó luego su llamamiento a los diez hombres de
ciencia más eminentes de los Estados Unidos.
Esta vez todo el Mundo le respondió sin vacilación y hasta
con una precipitación cómica. Algunos sabios esperaron semanas enteras en San
Francisco para no perder el barco.
El Energón salió del puerto el 15 de junio, con destino a la
isla Palgrave. Bogaba en plena mar cuando Goliath realizó otra hazaña
sensacional. Alemania y Francia iban a devorarse entre sí. Goliath les ordenó
que se mantuvieran en paz, pero aquellas dos naciones no tomaron en cuenta la
orden y decidieron tácitamente atacarse en tierra para más seguridad. Goliath
fijó la fecha del 19 de junio para que cesaran los preparativos militares, pero
los dos ejércitos, movilizados el 18, fueron arrojados el uno contra el otro a
la frontera.
El 19 de junio, Goliath dio el golpe. Los ministros de la
Guerra, los generales, los diplomáticos, y todos los patriotas fanáticos
notorios de cada país murieron súbitamente, y este mismo día dos inmensos
ejércitos, privados de sus jefes respectivos, pasaron las fronteras como un
rebaño extraviado y confraternizaron.
No obstante, el gran Señor germánico de la guerra había
huido. Se supo más tarde que se había refugiado en una enorme caja fuerte que
contenía los archivos secretos de su Imperio. Salió de su escondrijo, con el
corazón lleno de arrepentimiento, y siguiendo el ejemplo del Mikado se puso a
fundir el acero de sus espadas para forjar rejas de arado y podadoras. Pero el
hecho de que el Kaiser hubiera regresado sano y salvo, proporcionó a los sabios
un indicio de la mayor importancia. Recobraron la sangre fría y se armaron de
valor. Un hecho era evidente: el poder de Goliath no era cosa de magia. La ley
universal seguía rigiendo el Mundo. La fuerza de Goliath tenía sus límites ya
que de no ser así el emperador de Alemania no hubiese podido escapar a su
suerte soterrándose en aquella vulgar caja de acero. Las revistas publicaron
numerosos artículos sobre aquel incidente.
Los diez sabios, de regreso de la isla de Palgrave,
desembarcaron el 6 de junio en San Francisco.
Importantes fuerzas de la policía los protegían de los
periodistas. No, no habían visto a Goliath, declararon en la única entrevista
oficial que concedieron a la prensa, pero le habían hablado y habían sido
testigos de verdaderos milagros. Se les prohibía dar detalle. Empero podían
afirmar que el Mundo estaba en vísperas de una revolución. Goliath disponía de
un descubrimiento formidable que pondría al Mundo entero a su merced. Por
suerte, Goliath no era cruel.
Los diez sabios se dirigieron directamente a Washington en
un tren especial. Se encerraron días enteros con los ministros, mientras que
toda la nación esperaba, ansiosa, el resultado de la conferencia.
Pero las cosas no adelantaban un paso. Desde Washington el
presidente de los Estados Unidos dio ordenes a los personajes más influyentes
del país. Cada día se vieron desfilar por la capital banqueros, reyes del
ferrocarril, magnates industriales y altos magistrados: llegaban, pero su
estancia no hacia adelantar las cosas.
Por fin, el 25 de agosto, se publicaron las famosas
proclamaciones. El Congreso y el Senado habían establecido sus leyes, que
fueron sancionadas por los jueces y aceptadas por los industriales. Se declaró
la guerra a los capitalistas y fue proclamada la ley marcial en todos los
Estados Unidos. El poder supremo fue conferido al Presidente.
En un solo día, el trabajo de los niños fue abolido por
medio de un simple decreto que el ejército norteamericano estaba dispuesto a
hacer respetar, en caso de necesidad. El mismo día todas las obreras de las
fábricas fueron mandadas a sus casas y sus explotadores tuvieron que cerrar las
puertas.
«¡No podremos obtener beneficios!» –se quejaban los pequeños
capitalistas–. ¡ldiotas! –replicó Goliath–. «¡Cómo si todo el ideal del hombre
consistiese en recoger beneficios! ¡Abandonad vuestro comercio!…». «¿Quien
quiere que nos lo compre?» –lloriqueaban entonces–. «Comprar y vender… ¿es este
pues todo el sentido que tiene la vida? Poned vuestros mezquinos e indecentes
negocios en manos del gobierno para que los organice y los haga funcionar
racionalmente.»
Al día siguiente, por un nuevo decreto, el Estado tomaba
posesión de la totalidad de las fábricas, de los talleres, barcos,
ferrocarriles y tierras productivas.
La nacionalización de los medios de producción y de
distribución se operaba rápidamente; aquí y allá algunos capitalistas,
invadidos por la sospecha, hacían oír sus protestas. Se les hacía prisioneros y
se les llevaba a la isla Palgrave. A su retorno se adherían sin reservas a los
actos del gobierno. Al cabo de algún tiempo el viaje a la isla Palgrave ya no
fue necesario. A la menor objeción, los funcionarios de la Unión contestaban:
«Goliath ha hablado», lo que en otros términos significaba que «tiene que ser
obedecido».
Los grandes magnates de la industria fueron nombrados
directores de servicios. Tuvo que ser reconocido que los ingenieros civiles,
por ejemplo, trabajaban tan concienzudamente para el Estado como lo hacían
antes en su empleo Privado. Un hecho era evidente: los hombres que poseían en
un grado superior el don de mando no podían violar su propia naturaleza.
Hubiese sido tan imposible refrenar su actividad como impedir a un cangrejo
arrastrarse o a un pájaro volar.
De manera que toda aquella magnifica energía humana fue
utilizada para el mayor bien de la sociedad.
Los seis principales directores de los ferrocarriles
inauguraron, en mutua colaboración, un sistema racional de ferrocarriles que
dio unos resultados sorprendentes. No hubo más quejas por falta de material
móvil. Aquellos jefes no fueron escogidos entre los reyes del ferrocarril de
Wall Street sino entre las filas de verdaderos asalariados que, en otros
tiempos, hacían el verdadero trabajo.
Wall Street ya no existía. Ya no habían compras ni ventas,
nadie ofrecía y nadie pedía valores. No se podía especular sobre nada.
«Haced trabajar a los agitadores –había ordenado Goliath–.
Dad a los muchachos que lo deseen la oportunidad de aprender profesiones
honorables. Haced trabajar a los viajantes de comercio, a los vendedores, a los
representantes de publicidad, y a los agentes de cambio y bolsa. »
Los intermediarios y los parásitos ocuparon por centenares
puestos útiles. Los cuatrocientos mil ociosos del país que hasta entonces
vivían de sus rentas fueron igualmente obligados a ponerse manos a la obra.
Muchos hombres importantes fueron despedidos de sus empleos, y, cosa curiosa,
por sus propios colegas. A esta categoría pertenecían los políticos cuya
competencia consistía en dirigir las combinaciones políticas y en sacar una
buena tajada. Las gratificaciones ya no tenían razón de ser. Los intereses
privados no podían estar protegidos por privilegios, no se intentó ya sobornar
a los legisladores, y estos hicieron por primera vez leyes favorables al pueblo.
De ello resultó que hombres íntegros y capaces encontraron su vocación en la
legislatura.
Gracias a esta organización racional, se obtuvieron
resultados sorprendentes. La jornada de trabajo era de ocho horas y no obstante
la producción no cesaba de aumentar. Se dobló y se triplicó, a pesar de la
enorme cantidad de energía empleada en la realización de progresos sociales y
en la reglamentación del país, sumergido en otros tiempos en el caos de la
competencia.
El nivel de vida se elevó por sí solo: a pesar de todo, el
consumo de los productos no podía seguir la marcha de la producción. Se redujo
a cincuenta años, luego a cuarenta y nueve, luego a cuarenta y ocho el limite
de edad para los trabajadores. Se prohibió emplear muchachos de menos de
dieciocho años, en vez de los dieciséis de antes. La jornada de ocho horas fue
reducida a siete horas, y al cabo de algunos meses, a cinco.
Existían algunas dudas, no sobre la identidad de Goliath
sino sobre la manera que había organizado el dominio del Mundo. Circularon
detalles íntimos, se siguieron ciertas pistas y se reunieron algunas noticias
que no parecían tener ninguna relación entre ellas. Se evocaron extrañas
historias de negros que habían sido robados de África, de obreros chinos y
japoneses desaparecidos misteriosamente, de islas solitarias en los mares del
Sur en las que se había capturado a los indígenas, extrañas historias de yates
y barcos mercantes comprados por desconocidos y que no se habían vuelto a ver;
no obstante sus características correspondían a las de las embarcaciones que
habían transportado a los orientales y a los insulares.
Todo el Mundo se preguntaba, ¿como había podido conseguir
Goliath el dinero? Y se daba a entender que había sido explotando a aquellos
desgraciados que vivían aislados en el pueblo de Palgrave. Gracias al producto
de su trabajo, había adquirido yates y barcos mercantes y sus comisarios habían
hecho el resto. ¿Y cuál era el producto de su trabajo que había dado a Goliath
el poder necesario para lograr realizar sus planes? El radium comercial
proclamaban los periódicos, el radiyte, el radiosole, el argatium, el argyte, y
el misterioso orlyte, que habían sido de un valor inestimable para la
metalurgia. Eran nuevos compuestos químicos descubiertos en el primer decenio
del siglo XX y cuyo uso industrial y científico se había desarrollado
formidablemente a lo largo del segundo decenio.
Se supuso que naturalmente la línea de barcos fruteros, que
hacían el servicio entre Hawai y San Francisco debía de pertenecer a Goliath ya
que no se descubrió ningún otro propietario: los hombres encargados de las
expediciones no eran más que simples agentes marítimos. Por fin empezó a
divulgarse la noticia de que la mayor parte del aprovisionamiento mundial de
aquellos valiosos productos químicos era transportado a San Francisco por
aquellos mismos barcos fruteros.
El carácter legitimo de aquellas conjeturas fue confirmado
algunos años más tarde cuando los esclavos de Goliath fueron emancipados: el
gobierno internacional del Mundo les dotó de una honorable pensión. Los agentes
y los altos emisarios de Goliath eximidos de su juramento revelaron cosas importantes
sobre la organización y los métodos de Goliath.
No obstante, sus ángeles destructores guardaron un mutismo
absoluto. Los nombres de aquellos hombres que ejecutaron a los grandes
dignatarios de la república no serán conocidos jamás. Mataron realmente por
medio de aquella fuerza misteriosa que entonces Goliath había descubierto y
bautizado como Energón.
Pero en aquella época nadie soñaba con el Energón, aquel
gigante que debía de transformar el Mundo.
Solo Goliath poseía el secreto, y lo guardaba celosamente.
Hasta sus grandes capitanes que habían hecho saltar, desde el Energón, una
potente flota de guerra, ignoraban de donde provenía aquella fuerza sutil y
peligrosa. Solamente conocían una de sus numerosas aplicaciones, y aún porque
Goliath, para alcanzar su objetivo, había tenido que darles instrucciones
detalladas. Actualmente todo el Mundo sabe que el radium, el radiyte, el
radiosole, y todos los demás derivados del radio eran subproductos de la
fabricación del Energón que Goliath extraía de los rayos solares, pero entonces
nadie tenía la menor idea y Goliath seguía gobernando el Mundo con el terror.
El Energón fue utilizado, entre otras cosas, en la
transmisión por radio. Por aquel medio, Goliath pudo transmitir sus órdenes a
sus emisarios diseminados por toda la superficie del globo. Pero el aparato que
se necesitaba era tan engorroso que apenas cabía en un baúl de transatlántico
de dimensiones respetables. Hoy en día, gracias a las mejoras del sabio
Hendsoll, este aparato cabe en el bolsillo de una chaqueta.
El 23 de noviembre de 19… Goliath lanzó su celebre Carta de
Navidad de la que damos el siguiente extracto:
«Hasta aquí, al mismo tiempo que impedía a las demás
naciones de matarse entre ellas, me he ocupado sobre todo en los Estados
Unidos. Pero no he dado al pueblo norteamericano una reorganización racional de
su país, sino que he dejado que se la hiciese por sí mismo.
Hoy en Norteamérica se ríe mucho más y se posee mucho más
sentido común que antes. La comida y la vivienda ya no se obtienen a través de
los métodos anárquicos de un pretendido individualismo; estas primeras
necesidades de la vida se han convertido en necesidades de acceso automático,
por así decirlo. Cosa maravillosa, los ciudadanos de los Estados Unidos han
realizado este milagro ellos mismos. ¡Insisto que en este punto no he tenido
nada que ver! Me he contentado con inculcar el miedo a la muerte a algunos
personajes con cargos importantes que retrasaban el reino de la risa y de la
razón. Este miedo a la muerte, a desembarazarnos de los que nos molestaban, ha
permitido a la inteligencia humana realizarse socialmente.
Y cuando el Mundo entero haya seguido este ejemplo, mi tarea
no habrá terminado todavía. Pero será necesario que todas las naciones hagan
ellas mismas este primer esfuerzo.
Quiero persuadirlas de que actualmente la inteligencia
humana, con la energía mecánica de que dispone, es capaz de organizar la
sociedad de tal manera que la comida y la vivienda estén al alcance de todos,
que la jornada de trabajo sea reducida a tres horas y que la risa y la alegría
reinen en el Universo.
Una vez obtenido este resultado, no por mí, lo repito, sino
por la voluntad de los hombres, legaré al Mundo una nueva fuerza mecánica, mi
propio descubrimiento. El Energón no es nada más que la energía cósmica
contenida en los rayos solares. Cuando los hombres no vean más aquellas
multitudes de mineros llevando una vida de esclavos en las entrañas de la
Tierra, ni más fogoneros cubiertos de carbón, ni más mecánicos grasientos.
Todos podrán, si quieren, vestirse de blanco.
Entre los hombres nacerán nobles aspiraciones: todos sus
esfuerzos tenderán a realizar conceptos morales, a alcanzar las altas cimas del
pensamiento, se apasionaran por la pintura, la música y la literatura.
Se entregarán a los deportes, todos rivalizarán entre ellos,
pero ya no por el vil metal o con la esperanza de una vulgar recompensa, sino
por la alegría que experimentarán al desarrollar el vigor de sus músculos y el
refinamiento de su espíritu. Serán todos productores de alegría: la misión de
cada uno consistirá en golpear con la risa el yunque sonoro de la vida.
Ahora quiero deciros unas palabras sobre el porvenir
inmediato: el primer día del año todas las naciones deberán desarmarse, todas
las fortalezas y los barcos deberán ser destruidos y todos los ejércitos
licenciados.»
GOLIATH
El 1 de enero, el Mundo entero se desarmó. Millones de
soldados, marineros y obreros de los ejércitos activos, de flotas, de
innumerables arsenales e industrias destinadas a la fabricación de armas de
guerra fueron enviados a sus casas. El presupuesto previsto para todos aquellos
hombres y aquellas costosas maquinas recaía hasta entonces sobre las espaldas
de la clase obrera. Pero a partir de aquel momento se empleó en cosas más
útiles, y el gigantesco Mundo del trabajo lanzó un enorme suspiro de alivio. La
policía del Mundo entero, confiada a algunos oficiales de paz, tuvo una misión
puramente social, en unos momentos en que la guerra era el enemigo declarado de
la humanidad.
El noventa por ciento de los crímenes se cometían contra la
propiedad privada. Con la desaparición de esta, por lo menos en los medios de
producción y con la organización de la industria que daba a cada uno la
posibilidad de vivir, los crímenes de este tipo se acabaron, por decirlo de
alguna manera. Las fuerzas de la policía fueron reducidas a la más mínima
expresión. Casi todos los delincuentes habituales u ocasionales se abstuvieron
voluntariamente, por falta de razones plausibles. Se adaptaron naturalmente a
las nuevas condiciones de vida. Algunos criminales fueron cuidados y curados en
los hospitales. En cuanto al resto, los incorregibles y los degenerados, se les
aisló.
En todos los países el número de tribunales disminuyó
gradualmente. El noventa y cinco por ciento de los procesos civiles provenían
de riñas por cuestiones de herencia, de desacuerdos sobre derechos de
propiedad, procesos de impugnaciones de testamentos, rupturas de contratos,
quiebras, etc.. Con la abolición de la propiedad privada, este porcentaje de
causas discutidas en la algazara de los pretorios, descendió también. Los
tribunales no fueron pronto más que recuerdos, vestigios de la época anárquica
que precedió el advenimiento de Goliath.
El año 19… fue rico en acontecimientos en la historia
mundial. Goliath dirigió el planeta con mano de hierro. Reyes y emperadores
fueron a la isla Palgrave, asistieron a los milagros del Energón y se
marcharon, con el temor y la muerte en el corazón para abdicar de sus tronos,
de sus coronas y renunciar a sus privilegios hereditarios.
Cuando Goliath hablaba a los políticos (los llamados Hombres
de Estado), estos obedecían… o morían.
Dictó reformas universales, destruyó los parlamentos
rebeldes para aniquilar la gran conspiración que los Señores del dinero y los
magnates de las industrias formaron contra él.
«Ya no es hora de bromas –les dijo–. Sois unos anacronismos.
Dificultáis la marcha de la humanidad.»
A los que protestaban, que eran muchos, les respondía:
«Es inútil discutir. ¡No acabaríamos en siglos! Todo lo que
contáis es historia antigua. No tengo tiempo que perder. ¡Apartaos de mi
camino!»
Goliath se contentó con poner fin a la guerra e indicar a
los hombres un amplio plan de reconstrucción.
Amenazando con la muerte a los grandes que retrasaban el
progreso, Goliath permitió a los mejores pensadores ejercitar su inteligencia
con toda libertad. Goliath les dejó poner en regla los numerosos detalles de la
reedificación del Mundo. Quería darles la ocasión de probar sus aptitudes, y
respondieron plenamente a sus previsiones. Gracias a su iniciativa, la peste
blanca fue suprimida definitivamente. A pesar de la avalancha de protestas que
recibieron de las personas de corazón sensible, no dudaron en aislar a todos
los individuos tarados por su herencia y prohibirles contraer matrimonio.
Goliath no intervino en absoluto en el establecimiento de
colegios de inventos. Esta idea surgió casi simultáneamente con el espíritu de
miles de pensadores sociales y se vieron aparecer por todas partes aquellas
magníficas instituciones. Por primera vez el hombre empleó su genio para
resolver el problema de la vida simple, en vez de malgastarlo en la búsqueda de
dinero.
Las tareas domésticas, tales como la limpieza de las
habitaciones, de la vajilla y de las ventanas, basura, colada, y toda esa gama
de trabajos sórdidos y sin embargo indispensables fueron reducidos a nada,
luego se mecanizaron. A los hombres de esta generación les costaría imaginarse
el estado mugriento y bárbaro en que vivían aquellos esclavos de la época
anterior a 19….
Miles de hombres concibieron espontáneamente; y al mismo
tiempo, esta otra idea: el gobierno internacional del Mundo. La feliz realización
de este sueño fue para mucha gente una sorpresa pero no fue nada comparado con
la sorpresa de los sociólogos y biólogos que no estaban todavía completamente
convencidos cuando unos hechos irrefutables trastornaron las doctrinas de
Malthus. Gracias a los ratos de ocio y a la alegría que reinaba en el Mundo, el
nivel de vida considerablemente elevado, el gran espacio de tiempo dedicado a
las distracciones, a la búsqueda y al esplendor de la belleza, a todos los
nobles atributos del pensamiento humano, el número de nacimientos decreció de
forma sorprendente. El pueblo dejó de procrear como el ganado. Y más aún: no se
tardó en constatar una sensible mejora en la mayoría de los recién nacidos. La
teoría malthusiana fue enteramente rebatida. Todas las predicciones de Goliath
sobre la posibilidad de la inteligencia humana secundada por la energía
mecánica se realizaron. Ya casi no se vieron más descontentos. Los más
cascarrabias eran los hombres que se acercaban ya a la vejez, pero el Estado
les subvencionaba una pensión respetable –de todas maneras ya habían pasado el
limite de edad para el trabajo– y la mayoría de ellos dejaron de gemir. Se
consideraban infinitamente más felices con el régimen actual que con el
antiguo: pasaban tranquilamente sus viejos días, colmados de alegría y de un
confort que no habían conocido nunca durante su extenuante juventud.
Los hombres adultos se adaptaron sin dificultad al nuevo
estado de cosas y, en cuanto a los jóvenes, lo aceptaron con naturalidad.
La suma de felicidad humana creció enormemente. El Mundo
había vuelto a encontrar su alegría y su sentido común. Hasta los profesores de
sociología, aquellos viejos zopencos que se habían opuesto por todos los medios
a la nueva era, ya no se quejaban. Estaban veinte veces mejor remunerados que
antes y trabajaban menos. Se les encargó revisar la sociología y de componer
nuevos manuales sobre esta ciencia.
Al cabo de algunos años, una vez cumplida su tarea, Goliath
abandonó la gestión del Mundo. A partir de entonces el Mundo se dirigía por sí
solo, sin choques, de forma magistral.
En 19… Goliath ofreció a la humanidad el Energón que le
prometía desde hacía tanto tiempo. Habiendo encontrado él mismo mil maneras de
utilizar aquel maravilloso gigante que debía hacer solo el trabajo de los
hombres, los colegios de invenciones encontraron con el empleo del Energón la
solución a muchos enigmas que habían desorientado a él mismo en los años
precedentes.
La jornada de trabajo de dos horas fue inmediatamente
reducida a casi nada. Según las predicciones de Goliath, el trabajo se
convertía en un simple juego. La capacidad productiva de cada uno fue tan
enorme que el más humilde ciudadano pudo consagrar todo su tiempo libre a una
existencia infinitamente más suntuosa que la del individuo más favorecido bajo
el antiguo régimen. Nadie había visto a Goliath. Los pueblos de la Tierra
reclamaron a coro y a gritos la presencia de su Salvador. A pesar de toda la
importancia del descubrimiento de Goliath, todos reconocieron que había sido
sobrepasado por la grandeza de su visión social. Era un superhombre, un
superhombre científico, y todos ansiaban verlo…
En el año 19…, después de extensas dudas, salió por fin de
la isla Palgrave y desembarcó en San Francisco el 6 de Junio. Desde su retiro
en aquella isla, era la primera vez que aparecía en publico. El Mundo tuvo una
decepción. La imaginación de los hombres fue puesta a prueba. Para ellos
Goliath era un personaje heroico, un semidiós que había transformado el
planeta. Las victorias de Alejandro, de Cesar, de Gengis Khan, y Napoleón eran
como un juego de niños comparadas con sus formidables hazañas.
Por los muelles de San Francisco y las calles de la ciudad,
se vio circular, a pie o en coche, un pequeño hombrecillo de unos setenta años,
perfectamente conservado, con la tez rosa y blanca. Encima de su cráneo se
distinguía una tonsura del tamaño de una manzana. Era miope, cuando se quitaba
las gafas se veían unos ojos azules y graciosos, llenos de una sorpresa cándida
como los de un niño. Tenía la manía de parpadear arrugando la cara, parecía que
se riese pensando en la broma colosal que había gastado a la humanidad
imponiéndole la felicidad y la risa.
Aquel superhombre científico, aquel tirano del Mundo tenií
unas debilidades increíbles. Le gustaban los bombones y se volvía loco por las
almendras saladas. Llevaba siempre con él una bolsa de papel llena de almendras
y, como excusa de esta ligera glotonería, decía que su organismo necesitaba
aquel régimen.
Profesaba una irresistible aversión por los gatos. Durante
el discurso que pronunció en el Palacio de la Fraternidad, se desmayó de miedo
cuando al gato del portero se le ocurrió subir al estrado y rozarle una pierna.
Pero apenas acababa de descubrirse al Mundo cuando sus
antiguos amigos le reconocieron. Era Percival Stulz, el germano—americano que
en 18… había formado parte del Sindicato Metalúrgico. Durante dos años, por
aquella época, había sido secretario de la sección 369 de la Fraternidad
Internacional de los mecánicos. En 18…, a los veinticinco años, seguía unos
cursos especiales en la Universidad de California y sobrellevaba sus
necesidades con lo que entonces se llamaban «seguros de vida». En el museo de
la Universidad, se conservan todavía sus notas de estudiante, muy apreciadas.
Sus profesores se fijaron muy especialmente en que a menudo se quedaba con la
mente en blanco, sin duda ya entreveía las grandes visiones que más tarde
debería realizar. El hecho de darse el nombre de Goliath y de envolverse en el
misterio, fue por su parte una pequeña broma, explicó más tarde. Goliath podía
despertar la imaginación del Mundo y trastornarlo, mientras que Percival Stulz,
aquel enclenque con sus patillas y sus gafas, habría sido incapaz de mover un
grano de arena.
Pero pronto la gente superó el desengaño causado por la
apariencia física de Goliath y sus antecedentes.
Respetó en él al espíritu superior de todos los siglos, le
quiso por él mismo, por sus ojos miopes y graciosos y la manera inimitable con
que fruncía las cejas cuando se reía. Le quiso por su simplicidad, su
camaradería y su calurosa mansedumbre, por su debilidad por las almendras
saladas y su aversión a los gatos.
Hoy en día, en la ciudad maravilla de Asgard, se levanta con
temible magnificencia la estatua de Goliath. Aplasta las pirámides y todos los
monumentos monstruosos y manchados de sangre de la Antigüedad. Sobre este
monumento, como todo el mundo sabe, está grabada, sobre bronce imperecedero, la
frase profética del superhombre: fabricaremos todos más alegría: la misión de
cada uno consistirá en golpear la risa sobre el yunque sonoro de la vida.
Nota del
autor: Esta destacada composición es obra de un tal Harry Beckwith, estudiante
del Colegio de Lowell en San Francisco. Harry Beckwith acababa de cumplir los
quince años cuando la escribió. Goliath obtuvo el primer premio de composición
del Liceo en el año 2204. El año pasado, el laureado pasó seis meses en Asgard,
aprovechando la beca de viaje que le otorgaba el premio. La riqueza de detalles
históricos, la atmósfera de la época y el estilo personal de esta redacción son
realmente dignos de atención en un muchacho tan joven.
Goliath
Jack London
@uncuentodiario
cuentosdiario.blogspot.com
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