No había nada ni nadie. Ni fantasmas había. No más que
piedras mudas, y alguna que otra oveja buscando pasto entre las ruinas.
Pero el poeta ciego supo ver, allí, la gran ciudad que ya no
era. La vio rodeada de murallas, alzada en la colina sobre la bahía; y escuchó
los alaridos y los truenos de la guerra que la había arrasado.
Y la cantó. Fue la refundación de Troya. Troya nació de
nuevo, parida por las palabras de Homero, cuatro siglos y medio después de su
exterminio. Y la guerra de Troya, condenada al olvido, pasó a ser la más famosa
de todas las guerras.
Los historiadores dicen que ésa fue una guerra comercial.
Los troyanos habían cerrado el paso hacia el mar Negro, y lo cobraban caro. Los
griegos aniquilaron Troya para abrirse camino al Oriente por el estrecho de los
Dardanelos. Pero comerciales fueron todas, o casi todas, las guerras que en el
mundo han sido. ¿Por qué habría de hacerse digna de memoria una guerra tan poco
original?
Las piedras de Troya iban a convertirse en arena y nada más
que arena, cumpliendo su destino natural, cuando Homero las vio y las escuchó.
Lo que él cantó, ¿fue pura imaginación?
¿Fue obra de fantasía esa escuadra de mil doscientas naves
lanzadas al rescate de Helena, la reina nacida de un huevo de cisne?
¿Inventó Homero eso de que Aquiles arrastró a su vencido
Héctor, atado a un carro de caballos, y le dio varias vueltas alrededor de las
murallas de la ciudad sitiada?
Y la historia de Afrodita envolviendo a Paris en un manto de
niebla mágica cuando lo vio perdido, ¿no habrá sido delirio o borrachera?
¿Y Apolo guiando la flecha mortal hacia el talón de Aquiles?
¿Habrá sido Odiseo, alias Ulises, el creador del inmenso caballo de madera que
engañó a los troyanos?
¿Qué tiene de verdad el final de Agamenón, el vencedor, que
regresó de esa guerra de diez años para que su mujer lo asesinara en el baño?
Esas mujeres y esos hombres, y esas diosas y esos dioses que
tanto se nos parecen, celosos, vengativos, traidores, ¿existieron?
Quién sabe si existieron. Lo único seguro es que existen.
Espejos. Una historia casi universal, Salamanca, Siglo XXI
de España Editores, 2008, págs. 47-48
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