Tras las cortinas se adivinaba ya la luz
aún manchada de sombras, pero serían –pensó– las ocho, la hora de
levantarse, como todos los días de su vida. ¿Por qué?
Se removió en la
cama y sintió el cuerpo magullado por la batalla de cada noche, la
colcha caída, sábanas arrugadas, las cenizas de tanta gente soñada y
muerta doliéndole en la almohada endurecida, pero las siete de la mañana
le habían parecido siempre temprano, y las nueve demasiado tarde. Sólo
por eso. No había otra razón. ¿Qué prisa tienes? No abras los ojos, no
hay prisa. ¿Quién le hablaba? ¿Oía otra voz o se hablaba a sí mismo?
Sigue ahí, descansa. No abras los ojos. La noche ha sido terrible y te
ha vencido. Sigue durmiendo, abre los ojos hacia ti mismo, mira dentro
de ti, donde aún te late el corazón, donde están las cenizas de los que
habitan tus sueños en las sombras. Pero eran ya las ocho, ¡las ocho! Y
abrió los párpados, y no halló cosa en que poner los ojos, que no fuera
recuerdo del olvido.
Antes del futuro imperfecto, Páginas de Espuma, Madrid, 2010, pág. 188.
Hoy hace 10 años que falleció
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