Una de las últimas veces que estuve en
un café fue un domingo de verano, lo recuerdo bien, porque casi todo
el mundo iba en mangas de camisa y sin corbata, y pensé: tal vez no sea
domingo, como yo creía, y el hecho de que pensara exactamente eso hace
que me acuerde. Me senté a una mesa en medio del local, a mi alrededor
había mucha gente tomando canapés y bollos, pero casi todas las mesas
estaban ocupadas por una sola persona.
Daba una gran impresión de
soledad, y como llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, no me habría
importado intercambiar unas cuan tas palabras con alguien. Estuve
meditando un buen rato sobre cómo hacerlo, pero cuanto más estudiaba las
caras a mi alrededor, más difícil me parecía, era como si nadie tuviera
mirada, desde luego el mundo se ha vuelto muy deprimente. Pero ya había
tenido la idea de que sería agradable que alguien me dirigiera un par
de palabras, de modo que seguí pensando, pues es lo único que sirve. Al
cabo de un rato supe lo que haría. Dejé caer mi cartera al suelo
fingiendo que no me daba cuenta. Quedó tirada junto a mi silla,
completamente visible a la gente que estaba sentada cerca, y vi que
muchos la miraban de reojo. Yo había pensado que tal vez una o dos
personas se levantarían a recogerla y me la darían, pues soy un anciano,
o al menos me gritarían, por ejemplo: «Se le ha caído la cartera». Si
uno dejara de albergar esperanzas, se ahorraría un montón de
decepciones. Estuve unos cuantos minutos mirando de reojo y esperando, y
al final hice como si de repente me hubiera dado cuenta de que se me
había caído. No me atreví a esperar más, pues me entró miedo de que
alguno de aquellos mirones se abalanzara de pronto sobre la cartera y
desapareciera con ella. Nadie podía estar completamente seguro de que no
contuviera un montón de dinero, pues a veces los viejos no son pobres,
incluso puede que sean ricos, así es el mundo, el que roba en la
juventud o en los mejores años de su vida tendrá su recompensa en su
vejez.
Así se ha vuelto la gente en los cafés, eso sí que lo aprendí, se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir.
Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (Thomas F’s siste nedtegnelser til almenheten, 1983)
Todo como antes, trad. Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, Barcelona, Debolsillo, 2008, págs. 31-32
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