-Hubo algo muy extraño acerca de
la muerte de William, ¡muy extraño de veras! -suspiró con melancolía un hombre
en la parte de atrás del vagón. Era el padre del granjero, quien hasta ahora
había guardado silencio.
-¿Y que pudo haber sido?
-preguntó el señor Lackland.
-William, como muchos saben, era
curioso, un hombre callado; se podía sentir cuando estaba cerca; y si estaba en
la casa o en cualquier otro lugar, cerca de uno, había algo húmedo en el aire,
como si la puerta del sótano se hubiera abierto al lado de uno. Bien, fue un
domingo, una vez que William estaba en aparente buen estado de salud, la
campana llamaba a la gente a la iglesia de buenas a primeras; el sacristán dijo
que no había sentido la campana tan pesada en su mano por años, era un día
domingo, como dije.
Durante la semana anterior,
ocurrió que la señora de William había estado hasta tarde una noche para
terminar de planchar; ella lavaba para el señor y la señora Hardcome. Su marido
había terminado la cena, y como era usual se había marchado a la cama hacía ya
una o dos horas. Mientras ella estaba planchando, lo escuchó bajando las
escaleras; se detuvo para ponerse las botas, que estaban al pie de la escalera,
donde siempre las dejaba, y luego pasó por la sala de estar donde ella seguía
planchando, pasando a través del mismo hacia la puerta. Esta era la única
manera de ir desde la escalera hacia el exterior de la casa. Ninguno de los dos
dijo palabra alguna, William no era un hombre de mucho hablar, en tanto su
esposa se hallaba ocupada en sus labores. El hombre salió y cerró la puerta
tras de sí. Ella no prestó mayor atención, pensando que su marido habría salido
para fumar su pipa o caminar un rato por la noche, y siguió planchando. Al rato
terminó con su labor y, dado que su marido no había vuelto aún, le esperó un
rato, mientras guardaba la plancha y demás cosas, y dejaba lista la mesa para
el desayuno matinal. Su marido seguía sin volver, pero suponiendo que lo haría
pronto, ella decidió irse a la cama porque estaba cansada. Dejó la puerta sin
llave y subió las escaleras luego de escribir con tiza en la puerta: Recuerda
cerrar la puerta (porque él era olvidadizo).
Para su gran sorpresa, y digamos
alarma, al llegar al pie de la escalera se dio cuenta de que las botas de su
marido seguían ahí, donde las había dejado cuando subió para descansar.
Habiendo subido y llegado al dormitorio lo encontró en cama, durmiendo como una
roca. Cómo pudo haber vuelto sin que ella lo viera ni escuchara, eso estaba más
allá de su comprensión. Habrá sido únicamente pasando en silencio detrás de
ella, mientras estaba guardando la plancha, que pudo conseguirlo. Pero esto no
la dejó satisfecha: era imposible en extremo que no lo hubiera notado entrar en
una sala tan pequeña. No pudo desentrañar el misterio, y se sintió muy rara e
incómoda. Sin embargo, decidió no molestar a su marido para preguntarle, y se
acostó de una vez.
Él se levantó y salió para su
trabajo muy temprano a la mañana siguiente, mucho antes de que ella se
levantara, así que la mujer aguardó el regreso del marido para el almuerzo con
gran ansiedad para oír la explicación, ya que habiendo pensado el asunto
durante el día solo la había dejado más sobresaltada. Cuando llegó a comer,
dijo, antes de que ella pudiera preguntar cualquier cosa:
-¿Cuál es el significado de esas
palabras escritas con tiza en la puerta?
Ella le contó todo y le preguntó
acerca de la noche anterior. William declaró que jamás había salido de su cama
luego de acostarse, habiéndose de hecho desvestido, acostado y dormido casi
instantáneamente, no levantándose hasta que el reloj dio las cinco. Luego
partió para su trabajo.
Betty Privett estaba tan segura
de que él había salido como de su propia existencia. Y sólo estaba un poco
menos segura de que él no había regresado. Estaba demasiado perturbada como
para discutir con él, así que dejó el asunto como si ella hubiera estado
equivocada. Cuando más tarde se fue caminando por la calle Longpuddle, se
encontró con la hija de Jim Weedle, Nancy, y le dijo:
-Bueno, Nancy, hoy te ves como
con sueño.
-Sí, señora Privett -dijo Nancy-.
No le vaya a contar a nadie, pero no molesta contarle el motivo. Anoche, como
era la Víspera del Verano, algunos de nosotros fuimos al pórtico de la Iglesia
y no regresamos a casa hasta cerca de la una.
-¿Cómo? -dijo la señora Privett-.
¿Qué fue ayer? Dios, no recordaba que lo fuera; tuve mucho trabajo. No puedo
recordar cuándo es la Víspera del Verano o la Fiesta de San Miguel. Siempre
tengo mucho que hacer.
-Sí, y nos asustamos bastante con
lo que vimos.
-¿Qué vieron?
(Usted quizás no lo recordará,
señor, habiéndose marchado a otros lugares tan joven, pero por aquí se cree que
en la Víspera del Verano las formas pálidas de todas las personas de la
parroquia que están cerca de la muerte dentro del plazo de un año pueden ser
vistas entrando a la iglesia. Aquellos que logran vencer su enfermedad o
dolencia salen luego de un rato; aquellos que están condenados a morir no
vuelven a salir.)
-¿Qué vieron? -volvió a preguntar
la esposa de William.
-Bueno -dijo Nancy- no
necesitamos decir qué vimos o a quién vimos.
-Viste a mi marido -dijo Betty
Privett en tono sereno.
-Bueno, ya que usted lo dice
-dijo Nancy lentamente- creímos verlo. Pero estaba muy oscuro y estábamos
asustados, y por supuesto pudo no haber sido él.
-Nancy, no se preocupe continuar,
sé que te callas por bondad. Necesitas continuar. Él nunca salió de la iglesia:
lo sé tan bien como tú.
Nancy no respondió sí ni no a
aquella aseveración, y nada más fue dicho. Pero tres días después, William
Privett estaba segando con John Chiles en el prado del señor Hardcome, y en el
calor del día se sentaron a comer algo bajo un árbol, y se vaciaron un frasco
de vino. Luego se quedaron dormidos sentados. John Chiles fue el primero en
despertar, y, cuando miró a su compañero de trabajo, vio una de esas grandes y
blancas ánimas que nosotros llamamos -por así decirlo- polillas del molino, que
salió de la boca abierta de William mientras dormía y se alejaba volando. John
pensó que era bastante extraño, ya que William había estado trabajando en un
molino durante varios años. Luego miró hacia el cielo, y se dio cuenta, por el
paso del sol, de que habían estado dormidos por un largo rato. Como William no
despertaba, John lo llamó y le dijo que ya era hora de volver al trabajo. Su
amigo seguía inmóvil, y cuando John lo movió se dio cuenta de que estaba
muerto.
Ahora bien, ese mismo día el
viejo Philip Hookhorn bajó al Longpuddle para buscar un cántaro de agua. Cuando
regresó, ¿a qué persona dijo haber visto bajando al arroyo por la otra orilla
sino a William, que se veía muy pálido y envejecido? Esto sorprendió mucho a
Philip Hookhorn, ya que hacía varios años el pequeño hijo de William -su único
hijo- se había ahogado mientras jugaba en ese mismo lugar, y esto había atacado
el buen juicio de William ya que nunca más lo vieron cerca del Longpuddle
después de este hecho. Se ha sabido que tomaba un camino media milla más largo
para evitar ese lugar. Más tarde se dijo que William no pudo haber estado en el
arroyo, ya que estaba en ese mismo momento a dos millas de distancia; esto sin
contar el hecho de que falleció en el mismo momento en que fue visto.
-Una historia melancólica
-comentó el emigrante tras un minuto de silencio.
-Sí, sí. Bueno, la vida tiene
momentos buenos y malos -dijo el padre del granjero.
La historia de un hombre supersticioso
Thomas
Hardy
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