17 abr 2015

Thomas Hardy - La historia de un hombre supersticioso




-Hubo algo muy extraño acerca de la muerte de William, ¡muy extraño de veras! -suspiró con melancolía un hombre en la parte de atrás del vagón. Era el padre del granjero, quien hasta ahora había guardado silencio.

-¿Y que pudo haber sido? -preguntó el señor Lackland.


-William, como muchos saben, era curioso, un hombre callado; se podía sentir cuando estaba cerca; y si estaba en la casa o en cualquier otro lugar, cerca de uno, había algo húmedo en el aire, como si la puerta del sótano se hubiera abierto al lado de uno. Bien, fue un domingo, una vez que William estaba en aparente buen estado de salud, la campana llamaba a la gente a la iglesia de buenas a primeras; el sacristán dijo que no había sentido la campana tan pesada en su mano por años, era un día domingo, como dije.

Durante la semana anterior, ocurrió que la señora de William había estado hasta tarde una noche para terminar de planchar; ella lavaba para el señor y la señora Hardcome. Su marido había terminado la cena, y como era usual se había marchado a la cama hacía ya una o dos horas. Mientras ella estaba planchando, lo escuchó bajando las escaleras; se detuvo para ponerse las botas, que estaban al pie de la escalera, donde siempre las dejaba, y luego pasó por la sala de estar donde ella seguía planchando, pasando a través del mismo hacia la puerta. Esta era la única manera de ir desde la escalera hacia el exterior de la casa. Ninguno de los dos dijo palabra alguna, William no era un hombre de mucho hablar, en tanto su esposa se hallaba ocupada en sus labores. El hombre salió y cerró la puerta tras de sí. Ella no prestó mayor atención, pensando que su marido habría salido para fumar su pipa o caminar un rato por la noche, y siguió planchando. Al rato terminó con su labor y, dado que su marido no había vuelto aún, le esperó un rato, mientras guardaba la plancha y demás cosas, y dejaba lista la mesa para el desayuno matinal. Su marido seguía sin volver, pero suponiendo que lo haría pronto, ella decidió irse a la cama porque estaba cansada. Dejó la puerta sin llave y subió las escaleras luego de escribir con tiza en la puerta: Recuerda cerrar la puerta (porque él era olvidadizo).

Para su gran sorpresa, y digamos alarma, al llegar al pie de la escalera se dio cuenta de que las botas de su marido seguían ahí, donde las había dejado cuando subió para descansar. Habiendo subido y llegado al dormitorio lo encontró en cama, durmiendo como una roca. Cómo pudo haber vuelto sin que ella lo viera ni escuchara, eso estaba más allá de su comprensión. Habrá sido únicamente pasando en silencio detrás de ella, mientras estaba guardando la plancha, que pudo conseguirlo. Pero esto no la dejó satisfecha: era imposible en extremo que no lo hubiera notado entrar en una sala tan pequeña. No pudo desentrañar el misterio, y se sintió muy rara e incómoda. Sin embargo, decidió no molestar a su marido para preguntarle, y se acostó de una vez.

Él se levantó y salió para su trabajo muy temprano a la mañana siguiente, mucho antes de que ella se levantara, así que la mujer aguardó el regreso del marido para el almuerzo con gran ansiedad para oír la explicación, ya que habiendo pensado el asunto durante el día solo la había dejado más sobresaltada. Cuando llegó a comer, dijo, antes de que ella pudiera preguntar cualquier cosa:

-¿Cuál es el significado de esas palabras escritas con tiza en la puerta?

Ella le contó todo y le preguntó acerca de la noche anterior. William declaró que jamás había salido de su cama luego de acostarse, habiéndose de hecho desvestido, acostado y dormido casi instantáneamente, no levantándose hasta que el reloj dio las cinco. Luego partió para su trabajo.

Betty Privett estaba tan segura de que él había salido como de su propia existencia. Y sólo estaba un poco menos segura de que él no había regresado. Estaba demasiado perturbada como para discutir con él, así que dejó el asunto como si ella hubiera estado equivocada. Cuando más tarde se fue caminando por la calle Longpuddle, se encontró con la hija de Jim Weedle, Nancy, y le dijo:

-Bueno, Nancy, hoy te ves como con sueño.

-Sí, señora Privett -dijo Nancy-. No le vaya a contar a nadie, pero no molesta contarle el motivo. Anoche, como era la Víspera del Verano, algunos de nosotros fuimos al pórtico de la Iglesia y no regresamos a casa hasta cerca de la una.

-¿Cómo? -dijo la señora Privett-. ¿Qué fue ayer? Dios, no recordaba que lo fuera; tuve mucho trabajo. No puedo recordar cuándo es la Víspera del Verano o la Fiesta de San Miguel. Siempre tengo mucho que hacer.

-Sí, y nos asustamos bastante con lo que vimos.

-¿Qué vieron?

(Usted quizás no lo recordará, señor, habiéndose marchado a otros lugares tan joven, pero por aquí se cree que en la Víspera del Verano las formas pálidas de todas las personas de la parroquia que están cerca de la muerte dentro del plazo de un año pueden ser vistas entrando a la iglesia. Aquellos que logran vencer su enfermedad o dolencia salen luego de un rato; aquellos que están condenados a morir no vuelven a salir.)

-¿Qué vieron? -volvió a preguntar la esposa de William.

-Bueno -dijo Nancy- no necesitamos decir qué vimos o a quién vimos.

-Viste a mi marido -dijo Betty Privett en tono sereno.

-Bueno, ya que usted lo dice -dijo Nancy lentamente- creímos verlo. Pero estaba muy oscuro y estábamos asustados, y por supuesto pudo no haber sido él.

-Nancy, no se preocupe continuar, sé que te callas por bondad. Necesitas continuar. Él nunca salió de la iglesia: lo sé tan bien como tú.

Nancy no respondió sí ni no a aquella aseveración, y nada más fue dicho. Pero tres días después, William Privett estaba segando con John Chiles en el prado del señor Hardcome, y en el calor del día se sentaron a comer algo bajo un árbol, y se vaciaron un frasco de vino. Luego se quedaron dormidos sentados. John Chiles fue el primero en despertar, y, cuando miró a su compañero de trabajo, vio una de esas grandes y blancas ánimas que nosotros llamamos -por así decirlo- polillas del molino, que salió de la boca abierta de William mientras dormía y se alejaba volando. John pensó que era bastante extraño, ya que William había estado trabajando en un molino durante varios años. Luego miró hacia el cielo, y se dio cuenta, por el paso del sol, de que habían estado dormidos por un largo rato. Como William no despertaba, John lo llamó y le dijo que ya era hora de volver al trabajo. Su amigo seguía inmóvil, y cuando John lo movió se dio cuenta de que estaba muerto.

Ahora bien, ese mismo día el viejo Philip Hookhorn bajó al Longpuddle para buscar un cántaro de agua. Cuando regresó, ¿a qué persona dijo haber visto bajando al arroyo por la otra orilla sino a William, que se veía muy pálido y envejecido? Esto sorprendió mucho a Philip Hookhorn, ya que hacía varios años el pequeño hijo de William -su único hijo- se había ahogado mientras jugaba en ese mismo lugar, y esto había atacado el buen juicio de William ya que nunca más lo vieron cerca del Longpuddle después de este hecho. Se ha sabido que tomaba un camino media milla más largo para evitar ese lugar. Más tarde se dijo que William no pudo haber estado en el arroyo, ya que estaba en ese mismo momento a dos millas de distancia; esto sin contar el hecho de que falleció en el mismo momento en que fue visto.

-Una historia melancólica -comentó el emigrante tras un minuto de silencio.

-Sí, sí. Bueno, la vida tiene momentos buenos y malos -dijo el padre del granjero.

La historia de un hombre supersticioso
Thomas Hardy
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