No había nadie en el huerto. Enriqueta Leigh salió furtivamente al campo por el portón de hierro sin hacer ruido. Jorge Waring, teniente de Marina, le esperaba allí.
Muchos
años después, siempre que Enriqueta pensaba en Jorge Waring, revivía el
suave y tibio olor de vino de las flores de saúco, y siempre que olía
flores de saúco reveía a Jorge con su bella y noble cara como de artista
y sus ojos de azul negro.