Dos hermanos, cuyos
nombres me callaré, fueron mis amigos íntimos en el liceo, pero después
de una larga separación, perdí sus huellas. No hace mucho supe que uno
de ellos estaba gravemente enfermo y, como iba en viaje hacia mi aldea
natal, decidí hacer un rodeo para ir a verlo. Sólo encontré en casa al
primogénito, quien me dijo que era su hermano menor el que había estado
mal.
-Le estoy muy
agradecido de que haya venido a visitarlo -dijo-. Pero ya está sano
desde hace algún tiempo y se marchó a otra provincia, donde ocupa un
puesto oficial.
Buscó dos cuadernos que
contenían el diario de su hermano y me lo mostró riendo. Me dijo que a
través de ellos era posible darse cuenta de los síntomas que había
presentado su enfermedad, y que él creía que no había ningún mal en que
los viera un amigo. Me llevé el diario y al leerlo comprendí que mi
amigo había estado atacado de “delirio de persecución”. El escrito,
incoherente y confuso, contenía relatos extravagantes. Además, no
aparecía en él fecha alguna y sólo por el color de la tinta y las
diferencias de la letra se podía comprender que había sido redactado en
diferentes sesiones. Copié parte de algunos pasajes no demasiado
incoherentes, pensando que podrían servir como elementos para trabajos
de investigación médica. No he cambiado una palabra a este diario, salvo
el nombre de los personajes, aunque se trate de campesinos
completamente ignorados del mundo. En cuanto al título, conservo intacto
el que su autor le dio después de su curación.
2 de abril de 1918
I
Esta noche hay luna muy hermosa.
Hacía más de treinta
años que no la veía, de modo que me siento extraordinariamente feliz.
Ahora comprendo que he pasado estos treinta últimos años en medio de la
niebla. Sin embargo, debo tener cuidado: de otra manera, ¿por qué el
perro de la familia Chao me iba a mirar dos veces?
Tengo mis razones para temer.
II
Esta noche no hay luna. Yo sé que esto va mal.
Esta mañana, cuando me
arriesgué a salir con precauciones, Chao Güi-weng me miró con un fulgor
extraño en los ojos: se habría dicho que me temía o que tenía deseos de
matarme. Había además siete u ocho personas que hablaban de mí en voz
baja, con las cabezas muy juntas: tenían miedo de que las viera. La más
feroz de todas mostró los dientes al reírse mientras me miraba, lo que
me hizo estremecerme de pies a cabeza, porque ahora sé que sus
maquinaciones están a punto.
No obstante, continué
mi camino sin miedo. Ante mí había un grupo de niños que discutían
también sobre mi persona; sus miradas tenían el mismo fulgor que la de
Chao Güi-weng y en sus rostros había la misma palidez de acero. Me
pregunté qué clase de odio podían tener los niños contra mí para obrar
también de esta manera. No pudiendo contenerme, grité: “¡Díganmelo!”,
pero ellos huyeron.
He reflexionado. ¿Qué
razones tienen Chao Güi-weng y los hombres de la calle para detestarme?
Hace veinte años di un pisotón por error en un viejo libro de cuentas
del señor Gu Chiu1, lo que le produjo gran contrariedad.
Aunque Chao Güi-weng no conoce al señor Gu, ha debido oír hablar de este
asunto y quiere sacar la cara por él; por ello se ha puesto de acuerdo
contra mí con los hombres de la calle. Pero ¿por qué los niños? Cuando
ocurrió este incidente ni siquiera habían nacido; entonces, ¿por qué me
han mirado con ese aire extraño que revelaba miedo o deseos de matar?
Todo esto me espanta, me intriga y me desconsuela.
¡Ahora comprendo! Han sabido el asunto por sus padres.
III
En la noche no consigo dormir. Para comprender las cosas, es preciso reflexionar sobre ellas.
Estos hombres han sido
engrillados por el magistrado, abofeteados por el señor del lugar, han
visto a sus mujeres apresadas por los alguaciles de la Corte de Justicia
y a sus padres y madres suicidarse para escapar a los acreedores…, pero
nunca mostraron rostros tan espantosos, tan feroces como los que les vi
ayer.
Lo más extraño de todo
fue esa mujer que le pegaba a su hijo en plena calle, gritándole:
“¡Muchacho cochino! ¡Debería comerte unos cuantos pedazos para que se me
pasara la rabia!” Al decir esto me miraba a mí. Me sobresalté, incapaz
de dominar mi emoción, mientras la banda de rostros lívidos y colmillos
aguzados estallaba en risas. El viejo Chen llegó de prisa y me condujo
por la fuerza a la casa.
En casa, los miembros
de la familia fingieron no reconocerme; sus miradas eran semejantes a
las de la gente de la calle. Entré en el escritorio y ellos echaron el
cerrojo, igual que cuando se encierra en el gallinero a una gallina o un
pato. Este incidente es aun más inexplicable; verdaderamente no sé lo
que pretenden.
Hace algunos días, uno
de nuestros arrendatarios de la aldea de los Lobos, al venir a informar
sobre la sequía que reina en el campo, contó a mi hermano mayor que los
campesinos habían dado muerte a un conocido malhechor del lugar. Luego
algunos hombres le arrancaron el corazón y el hígado, los frieron y se
los comieron, para criar valor. Los interrumpí con una palabra y mi
hermano y el labrador me lanzaron muchas miradas raras. Hoy comprendo
que sus miradas eran absolutamente iguales a las de los hombres de la
calle.
Sólo de pensar en ello me estremezco de la cabeza a los pies.
Si comen hombres, ¿por qué no habrían de comerme a mí?
Evidentemente esa mujer
que “quería comerse unos cuantos pedazos”, la risa del grupo de hombres
lívidos con colmillos aguzados, y la historia del arrendatario, son
índices secretos. Sus palabras están envenenadas, sus risas cortan como
espadas y sus dientes son hileras de resplandeciente blancura; sí, son
dientes de comedores de hombres.
Yo no creo ser un mal
sujeto, pero desde que me metí con el libro de cuentas de la familia Gu,
no estoy seguro de nada. Se diría que guardan algún secreto que yo no
acierto a adivinar. Por otra parte, cuando están contra alguien, no
tienen dificultad en declararlo malo. Recuerdo que cuando mi hermano me
enseñaba a disertar, por más perfecto que fuera el hombre sobre el cual
tenía yo que hablar, bastaba que expusiera algún argumento contra él
para ganar un “bien”; y cuando era capaz de encontrar excusas para un
hombre malo, mi hermano decía: “Además de originalidad, tienes un
verdadero talento de litigante”. Entonces, ¿cómo puedo saber lo que
piensan, sobre todo en el momento en que se proponen devorar al hombre?
Para comprender las
cosas es preciso reflexionar sobre ellas. Creo que en la antigüedad era
frecuente que el hombre se comiera al hombre, pero no estoy muy seguro
de esta cuestión. He cogido un manual de historia para estudiar este
punto, pero el libro no contenía fecha alguna; en cambio, en todas las
páginas, escritas en todos sentidos, estaban las palabras
“Humanitarismo”, “Justicia” y “Virtud”. Como de todas maneras me era
imposible dormir, me puse a leer atentamente y en medio de la noche noté
que había algo escrito entre líneas: dos palabras llenaban todo el
libro: ¡”devorar hombres”!
Los tipos del libro,
las palabras de nuestros arrendatarios, todos, sonreían fríamente,
mirándome de un modo extraño. ¡Yo también soy un hombre y quieren
devorarme!
IV
Esta mañana pasé un
buen rato sentado tranquilamente. El viejo Chen me trajo mi comida: un
plato de legumbres y otro de pescado cocido al vapor. Los ojos del
pescado eran blancos y duros; tenía la boca entreabierta, igual que esa
banda de comedores de hombres. Después de probar algunos bocados de esa
carne viscosa, no sabía ya si estaba comiendo pescado o carne humana, de
suerte que vomité con asco.
Dije:
-Mi viejo Chen, anda a decirle a mi hermano que me ahogo aquí y que quisiera salir a pasear por el jardín.
El viejo Chen se alejó sin responder, pero un poco después volvió a abrirme la puerta.
No me moví,
preguntándome qué iban a hacer, porque sabía muy bien que no iban a
dejarme libre. Efectivamente, mi hermano se acercaba con un viejo que
caminaba a pasos lentos. Ese hombre tenía una mirada terrible, pero como
temía que yo me diera cuenta, bajaba la cabeza hacia el suelo y me
miraba a hurtadillas, por encima de sus anteojos.
-Tienes un aspecto magnífico -me dijo mi hermano.
-Sí -respondí.
-Le he pedido al señor Jo que viniera a examinarte -siguió diciendo.
Respondí:
-¡Que lo haga! -¡pero yo sabía muy bien que ese viejo no era otro que el verdugo disfrazado!
So pretexto de tomarme
el pulso quería calcular mi grado de corpulencia y seguramente iban a
darle un pedazo de mi carne en pago de sus servicios. Yo no tenía miedo;
aunque no como carne humana, me creo más valiente que esos caníbales.
Tendí ambos puños y esperé lo que iba a seguir. El viejo se sentó, cerró
los ojos, me tomó largamente el pulso, permaneció un instante
silencioso y luego, abriendo los ojos diabólicos, dijo:
-No se deje llevar por su imaginación. Algunos días de tranquilidad y reposo y se repondrá.
¡No dejarse llevar por
la imaginación! ¡Tranquilidad y reposo! Evidentemente, cuando yo
estuviera bien cebado, tendrían más que comer. Pero ¿qué ganaría yo?
¿Era eso lo que iba a “reponerme”? A esos caníbales les gusta comer
hombres, pero obran en secreto, tratando de salvar las apariencias, y no
se atreven a actuar directamente. ¡Es para morirse de la risa! No
pudiendo aguantarme, me eché a reír a carcajadas, porque eso me divertía
una enormidad. Yo sé que en mi risa vibraban el valor y la justicia. El
viejo y mi hermano palidecieron, aplastados por el valor y la justicia
de que yo hacía gala.
Pero justamente porque
soy valiente, tendrán aun más ganas de devorarme, para adquirir parte de
mi coraje. El viejo dejó mi habitación y apenas se habían alejado un
poco, dijo a mi hermano en voz baja: “Engullirlo en seguida”. Mi hermano
bajó la cabeza en señal de asentimiento. ¡Tú estás también en esto!
Este extraordinario descubrimiento, aunque imprevisto, no me asombró,
sin embargo, excesivamente: ¡mi hermano formaba parte de la banda de
caníbales que quería devorarme!
¡Mi hermano es un comedor de hombres!
¡Soy hermano de un comedor de hombres!
¡Podré ser devorado por los hombres, pero no por eso dejo de ser hermano de un comedor de hombres!
V
Estos días he vuelto a
mis reflexiones. Aunque ese viejo no fuera el verdugo disfrazado, aun
fuera verdaderamente un médico, no es por eso menos un comedor de
hombres. En el libro sobre las virtudes de las hierbas, escrito por uno
de sus predecesores, Li Shi-cheng, ¿no dice acaso con todas sus letras
que la carne humana puede comerse frita? Entonces, ¿cómo podría rechazar
el título de caníbal?
En cuanto a mi hermano,
también tengo mis razones para acusarlo. Cuando me enseñaba los
clásicos, yo lo oí decir con sus propios labios: “Cambiaban sus hijos
para comérselos”. Otra vez que se trataba de un hombre muy malo, dijo
que merecía no sólo ser muerto, sino aun que “se comieran su carne y se
acostaran sobre su piel”. Yo era pequeño en esa época y al oír tal cosa
mi corazón se puso a saltar muy fuerte durante largo rato. Cuando
anteayer el arrendatario de la aldea de los lobos le contó que el
corazón y el hígado de un hombre habían sido comidos, mi hermano no
manifestó ningún asombro, limitándose a aprobar con la cabeza. Está
claro que sus sentimientos no han cambiado. Si se admite que es posible
“cambiar sus hijos para comérselos”, ¿qué es lo que no se podría cambiar
entonces? ¿Y qué es lo que no se podría comer? Antes me había limitado a
escuchar esas explicaciones sin tratar de profundizarlas, pero ahora sé
que cuando me daba sus lecciones, en el borde de sus labios brillaba
grasa humana y que su corazón estaba lleno de sueños caníbales.
VI
Todo está negro, no sé si es de día o de noche. De nuevo el perro de la familia Chao se ha puesto a ladrar.
Tiene la ferocidad del león, la cobardía de la liebre, la astucia del zorro…
VII
Conozco sus maniobras:
no quieren ni se atreven a matarme directamente por temor a las
consecuencias; por ello se las arreglan para tenderme lazos y llevarme
al suicidio. A juzgar por la actitud de los hombres y mujeres de la
calle el otro día, y la de mi hermano estos últimos días, la cosa es
poco más o menos segura: quieren que me saque el cinturón, lo amarre a
un poste y me cuelgue. Nadie los llamará asesinos y, sin embargo, verán
colmados sus deseos secretos; esto los llenará de contento y les
provocará una especie de risa plañidera. O bien, me dejarán morir de
miedo y tristeza, y aunque este sistema hace enflaquecer, de todos modos
mi muerte los dejará satisfechos.
¡Sólo comen carne
muerta! He leído en algún sitio que existe una fiera de mirada horrible y
aspecto espantoso llamada “hiena”. Esta bestia come carne muerta y es
capaz de triturar los huesos más grandes, que se engulle después de
molerlos minuciosamente. ¡De sólo pensar en esto da terror! La hiena
está emparentada con el lobo, el lobo es de la familia de los perros. El
hecho de que el perro de la familia Chao me haya mirado muchas veces
anteayer, demuestra que han conseguido ponerlo de acuerdo con ellos y
que forma parte del complot. En vano ese viejo baja su mirada hacia el
suelo, yo no me dejo embaucar.
Lo más lastimoso es mi
hermano. El también es un hombre; ¿no tiene miedo tal vez? ¿Por qué se
ha unido a los que intentan devorarme? ¿Acaso porque esto se ha hecho
siempre, encuentra que no hay ningún mal en ello? ¿O pone oídos sordos a
su conciencia y hace deliberadamente algo que sabe que es malo?
Será el primero de los
comedores de hombres a quienes maldeciré; será también el primero de los
hombres a quienes trataré de curar del canibalismo.
VIII
En el fondo, deberían saber esto desde hace tiempo…
De pronto entró un
hombre. Tenía unos veinte años y una cara muy sonriente, cuyos rasgos no
distinguí bien. Me saludó con la cabeza y vi que su sonrisa tenía un
aire falso. Le pregunté:
-¿Es justo comer hombres?
Siempre sonriendo, respondió:
-¿Por qué comer hombres, cuando no se tiene hambre?
Comprendí de inmediato que formaba parte del clan de los que aman la carne humana. Esto azuzó mi coraje e insistí neto:
-¿Es justo?
-¡Para qué hacer tales preguntas! Verdaderamente… a usted le gusta bromear… ¡Está muy hermosa la noche!
Estaba muy hermosa la noche, la luna estaba muy brillante, pero yo le pregunté:
-¿Es justo?
Tomó un aire de desaprobación y, sin embargo, respondió con voz no muy clara:
-No…
-¿No? Entonces, ¿por qué los comen?
-Eso no puede ser…
-¿No puede ser? Bueno,
¿acaso no los comen en la aldea de los Lobos? Además, está escrito en
todas partes en los libros, ¡es claro como el día!
Su faz cambió de color, poniéndose pálido como un muerto. Con los ojos fuera de las órbitas, dijo:
-Tal vez tenga usted razón, esto se ha hecho siempre…
-¿Es por ello justo?
-No quiero discutir ese tema con usted. ¡Usted no debería hablar de esto, no tiene razón para hacerlo!
Di un salto, con ambos
ojos muy abiertos, pero el hombre había desaparecido y yo estaba
completamente mojado con el sudor. Este hombre es mucho más joven que mi
hermano y ya forma parte de su clan. Seguramente se debe a la educación
de sus padres. Quizás ha enseñado ya esto a su hijo. Por lo cual hasta
los niños pequeños me miran con odio.
IX
Quieren devorar a los
otros y temen ser devorados a su vez; por esto se estudian
recíprocamente con miradas cargadas de sospechas…
Si abandonaran estos
pensamientos se sentirían a sus anchas en el trabajo, en el paseo, en la
comida, en el sueño. Para franquear este obstáculo sólo hay que dar un
paso: pero el padre y el hijo, el hermano y el hermano, el marido y la
mujer, el amigo y el amigo, el profesor y el estudiante, el enemigo y el
enemigo, y hasta los desconocidos, forman un clan, se aconsejan y se
retienen mutuamente para que a ningún precio alguien dé este paso.
X
Temprano en la mañana
fui en busca de mi hermano, que miraba el cielo desde la puerta del
salón. Llegué por detrás, me situé en el alféizar de la puerta y le dije
con mucha calma y cortesía:
-Hermano, tengo algo que decirte.
Se volvió rápidamente y asintió con un movimiento de cabeza.
-Habla.
-Se trata sólo de
algunas palabras, pero no sé cómo expresarlas. Hermano, es probable que
en los tiempos primitivos los salvajes hayan sido en general algo
caníbales. Al evolucionar sus sentimientos, algunos dejaron de devorar
hombres, pugnaban por progresar y se convirtieron en hombres, en
verdaderos hombres. Sin embargo, aún quedan devoradores de hombres… Es
como entre los insectos; algunos han evolucionado, se han transformado
en peces, pájaros, monos y finalmente en hombres. Ciertos insectos no
han querido progresar y hasta hoy continúan en estado de insectos. ¡Qué
vergüenza para un caníbal si se compara con el hombre que no come a sus
semejantes! Su vergüenza debe ser muchísimo peor que la del insecto
frente al mono.
“Yi Ya2
cocinó a su hijo para dar de comer a los tiranos Chie y Chou; este hecho
pertenece a la historia antigua. ¿Quién habría dicho que después de la
separación del cielo y la tierra por Pan Gu3, los hombres se iban a devorar entre ellos hasta el hijo de Yi Ya, y que desde el hijo de Yi Ya hasta Sü Si-ling4
y desde Sü Si-ling hasta el malhechor arrestado en la aldea de los
Lobos el hombre se comería al hombre? El año pasado, cuando se ejecutaba
a los criminales en la ciudad, había un tuberculoso que iba a mojar el
pan en su sangre, para lamerla5.
“Quieren comerme, y por
cierto que solo no puedes nada contra ellos. Pero ¿por qué unirte a
ellos? Los devoradores de hombres son capaces de todo. Si son capaces de
comerme, también serán capaces de comerte. Hasta los miembros de un
mismo clan se devoran entre sí. Pero basta con dar un paso, basta con
querer dejar esta costumbre y todo el mundo quedará en paz. Aunque este
estado de cosas dura desde siempre, tú y yo podríamos empezar desde hoy a
ser buenos y decir: ‘Esto no es posible’. Yo creo que tú dirás que no
es posible, hermano, puesto que anteayer cuando nuestro arrendatario te
pidió que le rebajaras el alquiler, tú le respondiste que no era
posible.”
Al comienzo sonreía con
frialdad, luego pasó por sus ojos un resplandor feroz y cuando puse al
desnudo sus pensamientos secretos, su rostro se tornó lívido. En el
exterior de la puerta que daba a la calle había un verdadero grupo; Chao
Güi-weng se hallaba allí con su perro y todos estiraban el cuello para
ver mejor. Yo no alcanzaba a distinguir los semblantes de algunos, pues
se hubiera dicho que estaban velados; los otros tenían siempre el mismo
tinte lívido y esos colmillos agudos y esos labios con una sonrisa
afectada. Comprendí que pertenecían todos al mismo clan, que todos eran
devoradores de hombres. Sin embargo, yo sabía también que existían
sentimientos muy diferentes. Algunos pensaban que el hombre debe devorar
al hombre porque así se ha hecho siempre. Otros sabían que el hombre no
debe devorar al hombre, pero de todos modos lo hacían, temerosos de que
sus crímenes fueran denunciados; por eso al oírme se llenaron de
cólera, pero se limitaron a apretar los labios esbozando una sonrisa
cínica.
En ese instante mi hermano adoptó un aspecto terrible y gritó con voz fuerte:
-¡Salgan todos! ¡Para qué mirar a un loco!
Muy pronto comprendí su
nuevo juego. No solamente se negaban a convertirse, sino que estaban
preparados de antemano para abrumarme con el epíteto de loco. De este
modo, cuando me comieran, no sólo no tendrían disgustos, sino que aun
les quedarían agradecidos. El arrendatario nos dijo que el hombre
devorado por los campesinos era un mal hombre; es exactamente el mismo
sistema. ¡Siempre el mismo estribillo!
El viejo Chen entró
también, muy encolerizado; pero ¿quién podría cerrarme la boca? Tengo
absoluta necesidad de hablar a esos hombres.
-¡Conviértanse,
conviértanse desde el fondo del corazón! ¡Sepan que en el futuro no se
permitirá vivir sobre la tierra a los devoradores de nombres! Si no se
convierten, todos ustedes serán devorados también. ¡Por más numerosos
que sean sus hijos, serán exterminados por los verdaderos hombres, como
los lobos son exterminados por los cazadores, como se extermina a los
insectos!
El viejo Chen hizo
salir a todo el mundo y luego me rogó que volviera a mi habitación. Mi
hermano había desaparecido no sé dónde. El interior del cuarto estaba
completamente negro. Las vigas y maderas se pusieron a temblar sobre mi
cabeza; luego al cabo de un instante crecieron y se amontonaron sobre
mí.
Pesaban mucho, yo no
podía moverme. Querían matarme, pero yo sabía que ese peso era ficticio.
Me debatí, pues, y me liberé, el cuerpo cubierto de sudor. Sin embargo,
deliberadamente repetí:
-¡Conviértanse en
seguida! ¡Conviértanse desde el fondo del corazón! ¡Sepan que en el
futuro no se permitirá que sobrevivan los devoradores de hombres!…
XI
El sol no aparece más, la puerta sólo se abre dos veces al día, cuando me traen mis comidas.
Mientras tomaba los
palillos, volví a pensar en mi hermano mayor; ahora yo sé que fue él el
causante de la muerte de mi hermana pequeña. Tenía cinco años y era tan
linda que enternecía. Veo de nuevo a nuestra madre sollozando sin cesar y
a mi hermano consolándola. Tal vez sentía arrepentimiento porque era él
quien se la había comido. Si es todavía capaz de experimentar ese
sentimiento.
Nuestra hermana ha sido devorada por mi hermano; no sé si mi madre llegó a darse cuenta de ello.
Pienso que mi madre lo
sabía; si en medio de sus lágrimas no dijo nada, probablemente fue
porque lo encontraba muy natural. Recuerdo que un día que me hallaba
tomando el fresco ante la puerta del salón -en esa época tendría unos
cuatro o cinco años- mi hermano me dijo que un hijo debe estar dispuesto
a cortar un trozo de carne de su cuerpo, echarlo a cocer y ofrecerlo a
sus padres si éstos caen enfermos, pues es así como obra un hombre
honesto. Mi madre no protestó. Si es posible comer un trozo de carne
humana, evidentemente es posible comerse a un hombre entero. No
obstante, cuando vuelvo a pensar en sus sollozos de entonces, no puedo
evitar que el corazón se me apriete. Qué extraña cosa…
XII
Ya no puedo pensar más en ello.
Solamente hoy me doy
cuenta de que he vivido años en medio de un pueblo que desde hace cuatro
milenios se devora a sí mismo. Nuestra hermanita murió justamente en el
momento en que mi hermano se hacía cargo de la familia. ¿No habrá
mezclado su carne con nuestros alimentos para que la comiéramos sin
saber que lo hacíamos?
¿Acaso sin quererlo he comido carne de mi hermana? Y ahora me llega el turno…
Si tengo una historia
que cuenta cuatro mil años de canibalismo -al principio no me daba
cuenta de ello pero ahora lo sé-, ¡cómo podría esperar encontrar a un
hombre verdadero!
XIII
Tal vez existan niños que aún no han comido carne de hombre.
¡Salven a los niños!…
1. Gu Chiu significa antigüedad. Aquí el autor alude a la larga historia de la opresión feudal en China. (N. de los T.)
2. Cocinero célebre en la Antigüedad por haber matado a su hijo para servirlo como manjar a un tirano. (N. de los T.)
3. El primer hombre, de quien se dice separó el cielo de la tierra. (N. de los T.)
4. Revolucionario que, hacia fines de la dinastía Ching, asesinó al gobernador de Anjui. Fue cortado en pedazos y su corazón y su hígado ofrecidos en holocausto al hombre que lo mató. (N. de los T.)
5. Se trata de una superstición antigua existente en el pueblo: dice que la sangre humana es capaz de curar la tisis; por esa razón se solían comprar a los verdugos panes mojados en sangre cuando éstos ejecutaban a un condenado. (N. de los T.)
2. Cocinero célebre en la Antigüedad por haber matado a su hijo para servirlo como manjar a un tirano. (N. de los T.)
3. El primer hombre, de quien se dice separó el cielo de la tierra. (N. de los T.)
4. Revolucionario que, hacia fines de la dinastía Ching, asesinó al gobernador de Anjui. Fue cortado en pedazos y su corazón y su hígado ofrecidos en holocausto al hombre que lo mató. (N. de los T.)
5. Se trata de una superstición antigua existente en el pueblo: dice que la sangre humana es capaz de curar la tisis; por esa razón se solían comprar a los verdugos panes mojados en sangre cuando éstos ejecutaban a un condenado. (N. de los T.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario