30 sept 2015

Rafael Pérez Estrada - La quimera

Sólo la halló en lo circunstancial y, sin embargo, su vida estuvo dedicada a ella. Una tarde, de niño, creyó reconocerla fugaz entre las sombras de las palmeras del parque de su infancia. Antes la había visto -y no recordaba si fue la primera vez- envuelta en palomas y encajes posando para un fotógrafo ya sólo existente en el olvido.

Años más tarde, en Nueva York, caminando próximo al peligro de Harlem, encontró, cerca de una boca de riego, la huella de su pie desnudo, y puso la mano sobre la humedad en un intento inútil de librarla de la evaporación; más tarde, en una extraña tienda de lepidópteros regentada por un chino de maneras crueles, le pareció identificarla en el espejismo de un rostro reflejado primero en un espejo y luego transparente en el cristal de una cala de mariposas gigantes de Brasil. En Florencia equivocó su figura con la de una modelo que huía y resultó ser demasiado leve para ser ella. En París fue el calor de un perfume en un ascensor recién abandonado. También en Venecia la llamó a gritos y su osadía -un equívoco- provocó un grave escándalo al quitar, torpe, el antifaz a una muchacha colérica que en nada se le parecía. Supo de ella en Benarés: había estado investigando sobre las antiguas cacerías principescas del tigre literario. En Shanghai fue detenido -una cuestión de honor- al disparar sobre una sombra infiel abrazada a otra sombra. Pasó la mayor parte de su vida buscando en los archivos fotográficos de los artistas de moda una imagen que la memoria, nunca el deseo, deshacía lentamente. Y en la vejez, más comedido, no hizo confidencias de otras dudas y encuentros, pero siguió esperándola.

La palabra destino (Antología), Madrid, Hiperión, 2001, pág. 37.

No hay comentarios:

Publicar un comentario