7 oct 2015

Gianni Rodari - En la playa de Ostia

A pocos kilómetros de Roma está la playa de Ostia, adonde los romanos acuden a miles en verano; en la playa no queda espacio ni siquiera para hacer un agujero en la arena con una palita, y el que llega el último no sabe dónde plantar la sombrilla.



Una vez llegó a la playa de Ostia un tipo extravagante, realmente cómico. Llegó el último, con la sombrilla bajo el brazo, y no encontró sitio para plantarla. Entonces la abrió, le hizo un retoque al mango y la sombrilla se elevó inmediatamente por el aire, sobrevolando miles y miles de sombrillas y yéndose a detener a la misma orilla del mar, pero dos o tres metros por encima de la punta de las otras sombrillas. El desconcertante individuo abrió su tumbona, y también ésta flotó en el aire. El hombre se tumbó al amparo de la sombrilla, sacó un libro del bolsillo y empezó a leer, respirando la brisa del mar, picante de sal y de yodo.

Al principio, la gente ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Todos estaban debajo de sus sombrillas, intentando ver un pedacito de mar por entre las cabezas de los que tenían delante, o hacían crucigramas, y nadie miraba hacia arriba. Pero de repente una señora oyó caer algo sobre su sombrilla; creyó que había sido una pelota y se levantó para regañar a los niños; miró a su alrededor y hacia arriba y vio al extravagante individuo suspendido sobre su cabeza. El señor miraba hacia abajo y le dijo a aquella señora:

-Disculpe, señora, se me ha caído el libro. ¿Querría usted echármelo para arriba, por favor?

De la sorpresa, la señora se cayó de espaldas, quedándose sentada sobre la arena, y como era muy gorda no lograba incorporarse. Sus parientes acudieron para ayudarla, y la señora, sin hablar, les señaló con el dedo la sombrilla volante.

-Por favor -repitió el desconcertante individuo-, ¿quieren tirarmemi libro?

-¿Pero es que no ve que ha asustado a nuestra tía?

-Lo siento mucho, pero de verdad que no era ésa mi intención.

-Entonces, bájese de ahí; está prohibido.

-En absoluto; no había sitio en la playa y me he puesto aquí arriba. Yo también pago los impuestos, ¿sabe usted?

Mientras, uno tras otro, todos los romanos de la playa se pusieron a mirar hacia arriba; y señalaban riendo a aquel extraño bañista.

-¿Ves a aquél? -decían-. ¡Tiene una sombrilla a reacción!

-¡Eh, astronauta! -le gritaban-. ¿Me dejas subir a mí también?

Un muchachito le echó hacia arriba el libro, y el señor lo hojeaba nerviosamente buscando la señal. Luego prosiguió su lectura, muy sofocado. Poco a poco fueron dejándolo en paz. Sólo los niños de vez en cuando, miraban al aire con envidia, y los más valientes gritaban:

-¡Señor! ¡Señor!

-¿Qué queréis?

-¿Por qué no nos enseña cómo se hace para estar así en el aire?

Pero el .señor refunfuñaba y proseguía su lectura. Al atardecer, con un ligero si1bido, la sombrilla se fue volando, el desconcertante individuo aterrizó en la calle cerca de su motocicleta, se subió a ella y se marchó.

¿Quién sería aquel tipo y dónde compraría aquella sombrilla?

Favole al telefono, 1962

Cuentos por teléfono, trad. Ramón Prats de Alos-Moner, Barcelona, Juventud, 1973, págs. 35-36.

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